Los indignados
18/05/2011 - 00:00
Y de pronto, el silencio, la criticada apatía, el supuesto pasotismo de los jóvenes españoles se quebró para dar paso a un movimiento heterogéneo de miles de ciudadanos auto convocados a través de la Red para acampar en las plazas principales de las ciudades y gritar: ¡Basta! Están hartos. Hartos de lo que les rodea: hartos de escándalos relacionados con la corrupción política; hartos de partidos más atentos a repartirse el poder que a resolver los problemas reales de la gente; hartos de unos sindicatos enganchados a ese sistema de reparto de poder y que parece que no tienen nada que decir de una crisis económica que se salda con cinco millones de parados, de los cuales, la mitad, son jóvenes de menos de 35 años; hartos -los que conservan algún trabajo- de mal vivir con sueldos de mileurista; hartos de escuchar a los "gurús" de la banca y las finanzas que hay que apretarse el cinturón, que hay que hacer nuevos ajustes, mientras ni ellos renuncian a sus "bonus" ni sus bancos a sus beneficios multimillonarios; hartos, también, de algunos periodistas a quienes ven unidos en sus intereses a los de los poderosos de los partidos políticos, de la banca, de los clubes de fútbol, de los negocios editoriales, etc.
Eso es parte de lo que aflora en manifiestos y pancartas. Es la reverberación de un malestar de fondo que tiene fundamento pero que no se alcanza a ver si tiene futuro dada la condición heteróclita de su naturaleza sociológica y el aparente descabezamiento de su estructura política. El movimiento, cuando menos en sus compases iniciales, desprende un aire nihilista que sugiere la idea de un frente de rechazo sin un programa de obra alternativa. Todo es provisional y, por lo tanto, sería aventurado extraer conclusiones acerca del recorrido y calado político de esta corriente, en apariencia espontánea.
Inducida, sin duda, por el ahogo y la angustia que genera la crisis económica y las secuelas del insoportable nivel de paro que padece España y, también, por la falta de expectativas vitales y laborales de muchos millones de jóvenes.
Puestos a buscar raíces hay quien recuerda lo ocurrido en Islandia y la revuelta cívica tras el desplome del sistema bancario por obra de las maniobras especulativas financieras; hay quien evoca el panfleto de Kessel ("¡Indignados!"), prologado aquí por José Luis San Pedro, y hasta el Mayo del 68. Incluso la revuelta de la Plaza Tharir en El Cairo. En sentido mucho más historicista -y seguramente exagerado-, hay a quien algunas de las voces de rechazo escuchadas estos días le han hecho bucear en la memoria recordando los movimientos de masas que los años 20 del siglo pasado, con una Europa recién salida de una guerra y atravesaba por una crisis económica terrible, abrieron la senda de los fascismos.
A mi modo de ver, esta interpretación estaría fuera de lugar, entre otras razones, porque si algo tuvieron en común aquellos movimientos (en Italia, en Alemania, en Hungría, en Francia o en España) fue la férrea y jerarquización de sus estructuras partidarias. Nada que ver con lo que parece estar naciendo aquí.
Que el movimiento haya echado a andar en vísperas de unas elecciones ha levantado suspicacias ¿A quién beneficia? ¿A quién perjudica? En apariencia, es una crítica al poder establecido y a quien gobierna (el PSOE de Zapatero), pero en Madrid el grueso de la protesta acampa en la Puerta del Sol (sede del gobierno de Esperanza Aguirre, PP). Nos movemos, pues, en el territorio de las cábalas. Quizá estén contra todos. Aunque el tiempo elegido para salir a la calle -a una semana del 22 M-, se presta, como digo, a todo tipo de interpretaciones y, por lo tanto, también a la confusión. Ya lo decía Homero: "Es fácil enfadarse, pero enfadarse con quien hay que enfadarse y saber cuando hay que enfadarse, no es fácil". Pues, eso.
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