
Los intelectuales y la política
Las nuevas ideas o ideas progresistas –como dicen ellos- no son más que la insistencia en la repetición de las viejas.
El tema de las relaciones entre intelectuales y política aflora intermitentemente, como un submarino (dejando ya un poco a parte la alegoría del Guadiana) en la vida de las naciones. El parque móvil intelectual de la izquierda está un poco envejecido e intentan regenerarlo. A primera vista, unos representan la permanencia de las ideas y otros la caducidad de las estrategias. Sin embargo, la izquierda europea se ha erigido como la única titular de la cultura. Ya se habla, sin embargo, de una izquierda postintelectual. Parece como si los pensadores tendrían que ser todos de izquierda que riega de dinero a sus protagonistas y defensores. Ellos pueden escribir sin pensar mientras que los intelectuales conservadores tenemos que pensar sin escribir. Ellos son los reyes de la opinión pública.
Las nuevas ideas o ideas progresistas –como dicen ellos- no son más que la insistencia en la repetición de las viejas. Siguiendo el esquema tripartito hegeliano, la cultura de la nueva izquierda pasa también por tres momentos, como son, criticar, denigrar o ridiculizar lo tradicional, discutir o confrontar dichas ideas y, finalmente, adoptarlas como válidas para sus fines revolucionarios. Ellos se encargan de que dicha mentalidad sea populista sin que se note que han sido apropiadas o robadas de los ampos liberales. Este problema está muy cerca de nosotros pues es sabido que nuestra izquierda radicalizada, marxista y populista ha salido de las aulas, de pensadores frustrados que usan a los alumnos para sus experimentos.
Frente a la democracia horizontal de masas revolucionarias que arrasan, tenemos esa democracia vertical de intelectuales, elititas, con mando a distancia en la mesa, como pasaba en el mayo francés del 68. Unos a la sombra y otros al sol, unos en la poltrona de La Sorbona y otros en el fragor y en el ardor, unos en las bambalinas y otros en las barricadas. Está visto que ambas direcciones se necesitan para confundir al pueblo. ¿Por qué va a valer menos una idea conservadora, histórica, sostenida, que una idea revolucionaria que no lo es sino en su planteamiento y repetición? Nunca habíamos asistido a un desembarco tan masivo y frecuente de pensadores o predicadores en la democracia. Están en todas partes, en las aulas, en la prensa, en las tertulias, en las conferencias, en las jornadas, en la radio. Ya no hay diferencia entre discurso político y académico pues todo es discurso público. Se confunde la lógica con la demagogia, la enseñanza con la propaganda. No impacta lo importante sino que lo importante es que impacte.