Los medios de comunicación españoles y el conflicto palestino israelí

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

CARTAS AL DIRECTOR
Manuel de las Heras Miedes. Galápagos (Guadalajara)
El pasado fin de semana unas veinte mil personas, entre ellos muchos jóvenes y muchas familias con sus niños pequeños incluidos, gritaron por las calles del centro de Madrid “paremos el genocidio en Gaza”; tras la lectura de un texto consensuado, un millar de manifestantes se acercó a la embajada de Israel en la capital y comenzó a lanzar piedras sobre su fachada. Tuvieron que intervenir los antidisturbios y un ciudadano argelino fue detenido.
Así terminó la marcha organizada por la izquierda, los sindicatos y varias ong’s.

Desde que los terroristas de Hamas rompieran la tregua atacando suelo israelí, he seguido muy de cerca a través de los medios de comunicación, la sucesión de acontecimientos en la zona. Desde el principio, en la mayoría de periódicos, radios y cadenas de televisión españoles había un verdugo: Israel, y unas víctimas inocentes: los palestinos. Las televisiones no paraban de soltar imágenes de cuerpos de niños muertos, envueltos en sudarios y de sus familiares rotos por el dolor. Nadie se acordaba, ni se quería acordar, de los muertos del otro lado de la frontera, niños, mujeres y ancianos incluidos.

Por la mañana, por la tarde y todas las noches, las cadenas de televisión no cesaban de repetir, martilleando sin parar, la consigna correcta, el dogma de fé único y verdadero: genocidio israelí: el Tsahal masacra a la población civil de Gaza. Pasan los días, y las semanas, y a nadie, o al menos a muy pocos, se les oye denunciar la eficaz pero repugnante táctica de Hamas de utilizar a la población civil como escudos humanos, y de convertir las escuelas, las mezquitas y los consultorios médicos en polvorines y en almacenes de armamento. Nadie se atreve, salvo unos pocos, repito, a ejercer su derecho a discrepar, ese principio que nos trajo la Revolución Francesa de permitir que cada conciencia ejercite su deber en medio de la tolerancia de las demás opiniones. Se le tacharía de amigo de Israel, de asesino de inocentes.
¡Qué hipocresía, que desvergüenza, que falta de rigor, que irresponsabilidad la de los directores de los servicios informativos de todos estos medios! Y que miedo da prever sus consecuencias futuras. Esas piedras sobre los cristales de la embajada de Israel en Madrid son el comienzo de un sentimiento antisemita que poco a poco va cuajando dentro de muchos ciudadanos, fomentado por una infames y sectarios medios de comunicación, consentidos sino alentados por la descerebrada apostura de un Gobierno de España, que cínicamente prefiere los telediarios y las calles gritando “Israel nazi”, que pidiendo la cabeza de Rodríguez Zapatero ante su inoperancia a la hora de detener el número de parados que día tras días no para de aumentar.

Concluía el gran Emile Zola, desconcertado, perplejo, en su carta a la juventud del “yo acuso”, el dossier de escritos relacionados con el caso Dreyfus: “Antisemitas jóvenes, ¿Existen, pues esas cosas? ¿Hay cerebros nuevos, almas nuevas desequilibradas por ese veneno idiota? ¡Qué triste, qué inquietante para el siglo XX que va a iniciarse! Cien años después de la Declaración de los Derechos del Hombre, cien años después del acto supremo de tolerancia y emancipación, volvemos a las guerras de religión, al más odioso de los fantasmas. […] [Estos jóvenes, profetiza el gran escritor francés] eran los trabajadores que esperábamos y, en cambio se declaran ya antisemitas, o sea, que comenzarán el siglo exterminando a todos los judíos porque son de otra raza y de otra fé”. Pero no queda ahí su denuncia, porque en su carta a Francia señala con el dedo a los culpables de haber creado ese monstruo: “la opinión pública se ha formado en gran parte a partir de esas mentiras, de esas historias extraordinarias y estúpidas que propaga la prensa cada mañana. Cuando llegue la hora de buscar responsabilidades, habrá que ajustar cuentas con esa prensa inmunda, cuya abominable campaña a fin de desorientar a la opinión pública y encubrir sus propios errores, han promovido los servicios del Ministerio de la Guerra.”