Los muertos de todos

10/03/2011 - 00:00 Andrés Aberasturi

 
La conmemoración de aquel terrible 11-M ha vuelto a poner de manifiesto la increíble realidad de la sociedad española: un acto detrás de otro para no coincidir, victimas que evitan a otras victimas, siglas en guerra con otras siglas, políticos que llegan cuando los otros se van. Vamos a peor. Cuando Machado afirmaba doliente que una de las dos españas ha de helarte el corazón, seguramente ni se imaginaba que en plena democracia, en una democracia ya asentada y vivida, quien nos iba a helar el corazón no era una España u otra sino la existencia misma de esas dos tercas españas que nos persiguen como colectivo desde hace tanto tiempo que incluso en el dolor de todos son capaces de dividirnos, de dividirles.

   Porque yo lloro por todos y cada uno de los muertos y abomino hoy más que nunca de las siglas. Porque la inmensa mayoría de los españoles no entienden cómo después de una tragedia como la del 11-M, la parte más miserable y rastrera de la política ha podido deslizarse entre las victimas hasta hacer del dolor también una batalla. Esto no tiene sentido, no puede ser verdad. Pero lo fue desde aquella larga noche previa a unas elecciones generales que nunca debieron celebrarse. Frente a un Gobierno descolocado y una oposición que vio una posible vía para dar un vuelco a las encuestas, solo la ciudadanía de Madrid, y la solidaridad del resto de España, estuvo a la altura de tan tremendas circunstancias. El resto fue desconcierto y juego sucio.

   Han pasado años desde entonces pero las dos españas siguen evitándose. Por la mañana una de las representantes de las victimas pide que se haga justicia y que se llegue hasta el final con todas sus consecuencias. Por la tarde, la portavoz de otra asociación asegura que ya se sabe todo y que el caso está cerrado. ¿Y que piensa el ciudadano? Pues seguramente ni lo que se empeña un periódico y no lo que defiende otro. De entrada yo creo que los españoles no entendemos cómo ha podido envenenarse hasta el punto que los está la relación entre las propias víctimas y sobre si el juicio cerró todas las preguntas, me temo que la respuesta es no. Sin tener que llegar a creer en extrañas conspiraciones, lo cierto es que hay demasiadas preguntas sin respuesta y demasiadas condenas que no se entienden y demasiadas absoluciones que no cuadran. Pero por encima de todo ese proceso judicial que en muchas ocasiones se nos escapa, está -y hay que insistir en ello- el lamentable espectáculo de unos y de otros incapaces a estas alturas de llorar juntos por los muertos de todos.

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