Los muertos de todos
Porque yo lloro por todos y cada uno de los muertos y abomino hoy más que nunca de las siglas. Porque la inmensa mayoría de los españoles no entienden cómo después de una tragedia como la del 11-M, la parte más miserable y rastrera de la política ha podido deslizarse entre las victimas hasta hacer del dolor también una batalla. Esto no tiene sentido, no puede ser verdad. Pero lo fue desde aquella larga noche previa a unas elecciones generales que nunca debieron celebrarse. Frente a un Gobierno descolocado y una oposición que vio una posible vía para dar un vuelco a las encuestas, solo la ciudadanía de Madrid, y la solidaridad del resto de España, estuvo a la altura de tan tremendas circunstancias. El resto fue desconcierto y juego sucio.
Han pasado años desde entonces pero las dos españas siguen
evitándose. Por la mañana una de las representantes de las victimas pide
que se haga justicia y que se llegue hasta el final con todas sus
consecuencias. Por la tarde, la portavoz de otra asociación asegura que
ya se sabe todo y que el caso está cerrado. ¿Y que piensa el ciudadano?
Pues seguramente ni lo que se empeña un periódico y no lo que defiende
otro. De entrada yo creo que los españoles no entendemos cómo ha podido
envenenarse hasta el punto que los está la relación entre las propias
víctimas y sobre si el juicio cerró todas las preguntas, me temo que la
respuesta es no. Sin tener que llegar a creer en extrañas
conspiraciones, lo cierto es que hay demasiadas preguntas sin respuesta y
demasiadas condenas que no se entienden y demasiadas absoluciones que
no cuadran. Pero por encima de todo ese proceso judicial que en muchas
ocasiones se nos escapa, está -y hay que insistir en ello- el lamentable
espectáculo de unos y de otros incapaces a estas alturas de llorar
juntos por los muertos de todos.