Los nuevos- o no tantos- presidentes autonómicos
21/06/2011 - 00:00
La verdad es que no siempre comulgo con las cosas que dice la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, pero me ha gustado que arranque su nuevo mandato proponiendo una reforma electoral que supone desbloquear las candidaturas, de manera que el poder de los 'aparatos' de los partidos quede algo disminuido. Y, ahora que María Dolores de Cospedal va a tomar posesión, en la tarde de este miércoles, del sillón de presidenta de Castilla-La Mancha, he de reconocer que sus propuestas de austeridad, cuantificadas y enumeradas en lo que es un compromiso de reducción de gasto en toda regla, parecen interesantes.
Si a ello le sumamos el intento, que creo que es serio, de reducción de algunos de los muchos gastos absurdos en los que se había embarcado la anterior Generalitat catalana, por ejemplo, y tomamos en consideración las propuestas mínimamente reformistas de algunos otros viejos/nuevos presidentes autonómicos surgidos del 22-M, me parece -sí, sé que tiendo al defecto del optimismo- que hay una base para que nos sintamos esperanzados. Algunos de esos 'virreyes' que gastaban sin tino y sin control, que tendían a fabricar reinos de taifas y a nacionalizar ríos en 'sus' posesiones, que modificaban sin recato las cuentas públicas, sabiendo que nos les iban a 'pillar', que elaboraban estatutos que bordeaban la Constitución, han entendido, creo, que se inicia de verdad una nueva era.
Y, si alguno no lo ha entendido, convendría que entre todos se lo hiciésemos comprender. Las comunidades autónomas no pueden, simplemente no pueden, seguir funcionando como hasta ahora, sobre una base de falta de rigor económico e institucional, de pactos vergonzantes, duplicidad de cargos, dispersión legislativa y de una cierta picaresca rampante. Creo, no obstante, que hay que ir mucho allá de las buenas intenciones levemente reformistas y bienintencionadas expresadas por algunos de los nuevos/viejos 'barones' (y 'baronesas') territoriales: el Estado autonómico ha servido hasta ahora, con todas sus imperfecciones, para consolidar, a trancas y barrancas, un cierto modelo territorial descentralizador.
Pero ya no es posible avanzar más allá, especialmente con la actual redacción del Título VIII de la Constitución. Pero ahí sí que hemos topado con la Iglesia, digo con la casta política, que de reformas en profundidad no quiere oír hablar ni una sola palabra. Y a este paso, si esos cambios más en profundidad no empiezan a estudiarse muy en serio, puede que no sea una sola palabra la que escuchen, sino discursos enteros. Y en tono bastante airado.
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