Los que se van

09/06/2011 - 00:00 Isaías Lafuente

 
   Los activistas del 15M han decidido levantar el campamento de la Puerta del Sol el próximo domingo. Abandonan la plaza y sólo el tiempo dirá qué poso ha dejado la protesta. Creo que ni ellos mismos lo saben, cómo no sabían hace un mes el impacto que iba a tener su movimiento. Durante estas semanas han tenido que luchar contra los elementos y contra un sector de la opinión pública que se ha esforzado en estigmatizarlos. Primero fueron presentados como una especie de marionetas manejadas por Rubalcaba para perturbar la campaña y alterar el resultado de las elecciones municipales y autonómicas.

   Después han sido tildados de grupos antisistema que en nombre de la democracia lo único que pretendían era dinamitarla. Con el objetivo de empequeñecerlos, algunos los han puesto en el mismo plano que el mayo del 68 para proclamar a renglón seguido: "aquello sí que fue y no esta algarabía". Y para rematar se ha subrayado su pretendido nihilismo político, su falta de ideología, su nadería.

   Pero cuando se repasan algunas de las propuestas destiladas en decenas de vivas asambleas no es difícil encontrar el armazón de un programa político nada cortoplacista: la reforma de la Ley Electoral para perfeccionar la representación política, la expulsión de los presuntos corruptos de las listas electorales, una efectiva división de los poderes del Estado, un mejor reparto de la riqueza, el fortalecimiento de las instituciones democráticas frente a los mercados, la búsqueda de nuevas vías de participación política y social. Las ideas son tan primitivas y tan evidentes que suenan subversivas en un mundo en el que la política ha buscado tal grado de sofisticación que ha devenido en esclerosis.

   El movimiento 15M, con todas sus imperfecciones, ha sido un soplo de aire fresco que nos ha hecho a todos un poco más viejos. Sus pensamientos, manuscritos en los toldos de sus improvisadas tiendas, han sido un canto a la imaginación si los comparamos con los manidos argumentarios de los partidos. Y el grito de su hartazgo ha sido tan elocuente que sería suicida no atenderlo. Porque ellos abandonarán las plazas, pero su malestar permanece y, como el banco holandés, es cada día el de más gente.

  

  

 

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