Los tres sabios reconocieron la luz en el pesebre

07/01/2016 - 23:00 María José Naranjo

No fueron sólo pastores quienes se sintieron atraídos por el nacimiento del niño Jesús, sino que también acudieron unos sabios de oriente a los que conocemos como los Reyes Magos. También ellos estaban unidos con las fuerzas cósmicas y reconocieron en las constelaciones los signos del gran acontecimiento que les hizo ponerse en camino siguiendo inequívocamente las estrellas en el cielo, que les marcaban el camino hacia Belén.
Los sabios seguían a una estrella, a la que también llamamos la estrella de Belén. A lo largo de la historia de la humanidad siempre han existido personas orientadas hacia el interior, para complacer a Dios en la oración y con sus vidas, sintiendo que la vida interna es el amor, el orden y la voluntad de Dios. Si no ponemos orden en nuestra vida, si no cumplimos la voluntad de Dios, no nos volveremos sabios. La vida interna en el cumplimiento de los mandamientos de Dios nos abre a nosotras las personas la conciencia para la comunicación interna con el Eterno.
La Luz eterna, que ilumina todo el firmamento, vive como esencia y fuerza en cada uno de nosotros, en cada alma. Jesús de Nazaret enseñó a las personas: “El Reino de Dios está contenido en vosotros”. Es decir, que el gran Espíritu, la ley eterna del amor, la luz, que es la vida eterna y la sabiduría divina, está en las profundidades de nuestra alma como luz, fuerza y conducción. Los sabios de oriente seguramente habían seguido el camino paulatino del cumplimiento de los Mandamientos de Dios y su conciencia se había ampliado. Habían alcanzado la comunicación con el Ser cósmico, que es Dios.
Ellos eran conscientes de que todo se encuentra como esencia y fuerza en ellos y que en todo lo que ven y lo que no ven irradia el amor y la sabiduría de Dios. Conmemoremos a los hombres sabios en el pesebre de Belén justamente porque estaban cada vez más en unión con Dios, estaban en condiciones de sentir que allí, en Belén, ocurría algo grandioso. Quizás alguno intuyó que ese niño recién nacido se trataba del corregente del cielo encarnado, que en el pequeño cuerpo humano irradiaba la gran conciencia de Uno-Eterno. Quizás alguno percibió que con este niño vino algo que cambiaría las almas de las personas, es decir que les daría luz incrementada.
Y seguro que alguno rezó diciendo: “Señor, que cada vez más personas capten que ha venido la gran luz del Eterno para llevar de vuelta a las almas a la casa del Padre.” Justamente fueron los pastores y astrólogos los primeros en reconocer el gran acontecimiento cósmico que comenzaba en Belén. Ellos eran personas que vivían en la unidad con la naturaleza y los animales. ¿Pero cómo es con nosotros, vivimos también en la unidad? ¿Seguimos la estrella de Belén o nos dejamos deslumbrar por las luces falsas de este mundo? ¿Qué podemos hacer para encontrar la luz del Cristo de Dios y dejarnos conducir por él hasta el final de nuestros días, para que también nosotros podamos encontrar de nuevo la luz eterna, después de nuestra muerte física.