Lotería envidiosa
Jugamos -argumentan- por si le toca al otro y a nosotros no, y quedamos como perfectos gilipollas en el pueblo, peña, trabajo, colegio o vecindario. Los otros números nos interesan menos.
Un estudio asegura que la gente optimista tiene un 37% más de probabilidades de que le toque el Gordo y que, a la vez, su esperanza de vida es siete años más que la del resto de gente indolente, negativa, enfurruñada y enfadada con el mundo. Aunque estos datos y este estudio son producto exclusivo de mi invención y estado de ánimo, estoy seguro de que todo es cierto.
Los optimistas no reparan en que las posibilidades matemáticas de ser agraciados son el 0,0001%, algo así como si solo le tocase a uno de los 100.000 espectadores que acuden, por ejemplo, a una final de la Champions en el Bernabéu. Picamos “por si cae aquí”, como explota la propaganda de Hacienda para limpiarnos 2.000 millones pellizcando las extras navideñas.
Los gurús financieros dicen que este “juego” es el impuesto de los tontos e ignorantes que no saben matemáticas. Los psicólogos y otros expertos en mentes apuntan a la envidia como principal razón de su éxito mundial. Los españoles seríamos líderes -argumentan- en este pecado capital, según los moralistas, más estúpido, miserable y baldío que la lujuria o la gula. Jugamos -argumentan- por si le toca al otro y a nosotros no, y quedamos como perfectos gilipollas en el pueblo, peña, trabajo, colegio o vecindario. Los otros números nos interesan menos.
En Suecia, Noruega y Finlandia han instaurado como Día Nacional de la Envidia el primer laborable de noviembre. Para celebrarlo su Hacienda dejan consultar ese día las declaraciones de los conciudadanos. En España sería perfecto el 22 de diciembre, en lugar del resignado Día de Salud (“que tengamos”) y del que “otra vez será”.
Se nos olvida que “el más rico no es el que más tiene, sino el que mejor sabe gastarlo”, como dice mi amigo y además banquero Nicolás.