Malos tiempos
Corren malos tiempos para la lírica. Y para los sindicatos. Manchester ya no evoca patronos desaprensivos, torpe evolución de los esclavistas, sino un equipo de fútbol, y el capitalista con chistera ya se fuma un puro, porque está prohibido fumar en todas partes, y se encuentra a punto de que le embarguen el chalet donde vive, porque tuvo la mala cabeza de ponerlo como garantía en el último intento de salvar su pequeña empresa.
Corren malos tiempos para los sindicatos, porque no se han dado cuenta de los tiempos que viven y hablan como si estuviéramos en los albores de la revolución industrial y no se hubieran enterado de que los ingenieros superiores, hablando y escribiendo tres idiomas, no llegan a cobrar 40.000 euros al año, y muchos de ellos o se marchan fuera del país o forman parte del inmenso ejército de parados. En realidad corren malos tiempos para los sindicatos y para el Gobierno y para la oposición, porque aunque cada día alguien nos advierte de que estamos al borde del embargo, creemos que se trata de una situación pasajera.
Como en la anécdota británica, el mayordomo
que, cada hora, avisaba a su señor, que se encontraba leyendo en la
biblioteca, de la subida del Támesis, llegará un momento en que el
mayordomo abrirá la puerta, dirá "Señor, el Támesis", y las aguas lo
inundarán todo. Aquí el mayordomo será Montoro o De Guindos, y no nos
pillará en la biblioteca, sino viendo en la televisión si Mercedes
Milá se atreve a enseñarle las bragas a un concursante.
Entonces resultará demasiado tarde, incluso para convocar huelgas
generales, porque será el momento de los gritos de las mujeres y los
niños primero. Y quien haya maniobrando con la astucia de quedarse
con una barca comprobará que no hay botes salvavidas individuales, y
que se ahogarán los que no sepan nadar, así estén en el Gobierno o en
la oposición.