Manifestantes

02/07/2022 - 09:18 Jesús de Andrés

El pasado domingo mientras unos cientos de manifestantes anti-OTAN demostraban en Madrid cómo hay personas que han sobrevivido pese a quedarse estancadas en los ochenta, unos miles más se manifestaban contra la ley del aborto y la ley de la eutanasia.

Es muy normal que las personas confundamos la realidad con nuestras ideas, que consideremos que la existencia debe adaptarse a nuestras creencias y que nuestras convicciones, por supuesto, son las únicas válidas y verdaderas. Las ideologías, esas gafas de colores que median entre nosotros y el mundo, nos ofrecen valores y conceptos compartidos, ordenando la comprensión de la sociedad. Casi nadie es consciente de que ideas, creencias, convicciones e ideologías son construcciones sociales, mapas para desenvolvernos en la vida, pero no son la verdad. Dan seguridad ya que a la intemperie hace mucho frío, pero pueden causar desconcierto. A mí me impresiona, en el peor sentido del término, cómo algunas personas se atrincheran en unas ideas y no las modifican jamás a lo largo de toda su vida, y no digamos esa seguridad inmutable que tienen algunos sobre determinadas cuestiones a pesar de no haberse parado a pensar sobre ellas más de dos minutos, o precisamente por ello. 

El pasado domingo, mientras unos cientos de manifestantes anti-OTAN demostraban en Madrid cómo hay personas que han sobrevivido a pesar de haberse quedado estancadas en los años ochenta, unos miles más se manifestaban contra la ley del aborto y la ley de la eutanasia. No me arriesgo a señalar en qué siglo se quedaron algunos de estos que, atraídos por diferentes asociaciones cristianas, hicieron una demostración de odio que sin embargo no les genera contradicción alguna. La convocatoria iba dirigida también contra “el proyecto de naturaleza totalitaria” del gobierno de Pedro Sánchez, porque para ellos, en su mundo paralelo, estamos en un sistema totalitario que mata y oprime a la gente, en una especie de comunismo neoestalinista del que no somos conscientes porque no vemos su realidad, que es la única verdadera.

A uno, que tiene tantas dudas sobre tantas cosas, le deja perplejo la rotundidad con la que califican a los demás, la contundencia con la que emiten juicios, máxime porque su percepción está mediatizada por dioses que se comunican a través de zarzas ardiendo o pastorcillos decimonónicos sin que ello les haga sospechar lo más mínimo sobre la veracidad de sus certezas. El tema del aborto es lo suficientemente trágico y complejo como para ser cautos en su análisis. Yo no creo que sea un derecho en sí, pero sí creo que afecta a derechos fundamentales como la libertad, la salud y la dignidad de la mujer. Tan aberración me parece considerar que es un método anticonceptivo más como negárselo a quien ha sido violada o cuya vida corre riesgo. No hace falta explicar que un feto es un proyecto de vida truncado ni que una bellota no es una encina, aunque a algunos falta les haría. Cada aborto es una derrota, pero no somos quienes para juzgar las tragedias ajenas.