Manu

31/01/2014 - 23:00 Javier del Castillo

Llevabas toda la razón, Manu. En nuestro oficio no se puede ser objetivo, pero sí jugar limpio. Y eso es lo que voy a tratar de hacer yo ahora, mientras sigo percibiendo el eco de los elogios unánimes de una profesión que no está para homenajes ni florituras. La casona de Brihuega, tu última trinchera, ha quedado vacía. La terraza del jardín, con aquellas impagables sobremesas en las que iba cayendo la tarde sin darnos cuenta, ytu habitación cubierta de periódicos se han quedado sin vida. Manu, gracias por honrar al periodismo desde la honestidad, la dignidad y la independencia, aunque– eso sí - poniéndote siempre del lado de las víctimas. Gracias por predicar con el ejemplo a esta nueva tribu de corresponsales de guerra que han seguido tus pasos y que estoy seguro no te olvidarán nunca. Me estoy acordando ahora de nuestro común amigo Javier Espinosa, secuestrado en Siria, cuando acababa de ayudar a civiles heridos. Por ponerte sólo un ejemplo. Gracias por la postal de la Casa del Doncel que me enviaste en marzo de 1993 a la revista Tribuna –y que ahora he sacado del baúl de los recuerdos -, agradeciéndome una entrevista que te había hecho sobre el conflicto de Los Balcanes. Como si no hubiera sido bastante recompensa escucharte hablar de manera sosegada durante una hora de esa y de otras guerras en tu casa madrileña de Avenida Islas Filipinas. Gracias maestro por alejarte a tiempo del periodismo de batalla y por haber sabido encontrar “la felicidad de la tierra” en Cañizar, Torija y Brihuega. Cada vez que nos abrías la puerta de tu casa, junto a la plaza de toros, se te veía feliz y contento. Te cambiaba el semblante. Gracias Manu por aquella inolvidable velada en El Tolmo, que empezó con una tertulia sobre empresarios españoles y acabó de madrugada con los goles de Zarra y Gaínza. Gracias por haber sido tan buena persona – según tú, cualidad indispensable para ser buen periodista – y gracias también por tus clases de buen periodismo. Muchas veces me quedaba escuchándote sin pestañear – hasta que la enfermedad te impuso el silencio –, y siempre terminaba haciéndome la misma pregunta: ¿cómo es posible que no le dé importancia a todo lo que ha hecho? Gracias Manu, una vez más, por tu ejemplo y tu cariño.