Mensajes y mensajeros
01/10/2010 - 09:45
PUNTO DE VISTA
ANTONIO CASADO
PERIODISTA
Algunos tenemos buena memoria de asuntos tan turbios o más que el espionaje a dirigentes del propio partido en el entorno del Gobierno de la Comunidad y el PP de Madrid.
Eso nos permite estar muy al tanto de la tentación que suele asaltar a quienes quedan en evidencia por el recurso al juego sucio en este oficio de la política. Esa tentación es la de decretar la muerte del mensajero, como hacían los tiranos de la antigüedad con la esperanza de suprimir el mensaje al mismo tiempo.
También tenemos constancia de los patéticos regates en corto que intentan políticos y periodistas afines a la causa perjudicada con el mensaje. Ocurrió al final del primer reinado socialista, en la Legislatura 1993-1996, cuando la Prensa más próxima al PP le ponía un sapo cada día a Felipe González junto al desayuno. Y esta ocurriendo ahora, con los papeles cambiados, en relación con el llamado Watergate del Madrid gobernado por el PP de Esperanza Aguirre, la pretendiente. La ira contra el mensajero y los botes de humo están también presentes en las reacciones de quienes entonces consiguieron echar de Moncloa a González y sustituirlo por José María Aznar. Los mismos que ahora se sienten perjudicados en sus intereses por el olor a pólvora que se respira en el kilómetro cero de la Puerta del Sol, sede del Gobierno autonómico de Madrid. Pero la asimetría en el tratamiento informativo y opinativo de estas malas prácticas -tan malas aquellas como éstas- es escandalosa, más allá de las dosis empleadas. Son los que endosan lo ocurrido a la capacidad de manipulación del diario El País y hasta tienen la desfachatez de implicar en este pleito de la actual familia del PP al ministro Rubalcaba, por un lado, y a los antecesores de Esperanza Aguirre en la CAM, Leguina y Gallardón, por otro.
También tenemos constancia de los patéticos regates en corto que intentan políticos y periodistas afines a la causa perjudicada con el mensaje. Ocurrió al final del primer reinado socialista, en la Legislatura 1993-1996, cuando la Prensa más próxima al PP le ponía un sapo cada día a Felipe González junto al desayuno. Y esta ocurriendo ahora, con los papeles cambiados, en relación con el llamado Watergate del Madrid gobernado por el PP de Esperanza Aguirre, la pretendiente. La ira contra el mensajero y los botes de humo están también presentes en las reacciones de quienes entonces consiguieron echar de Moncloa a González y sustituirlo por José María Aznar. Los mismos que ahora se sienten perjudicados en sus intereses por el olor a pólvora que se respira en el kilómetro cero de la Puerta del Sol, sede del Gobierno autonómico de Madrid. Pero la asimetría en el tratamiento informativo y opinativo de estas malas prácticas -tan malas aquellas como éstas- es escandalosa, más allá de las dosis empleadas. Son los que endosan lo ocurrido a la capacidad de manipulación del diario El País y hasta tienen la desfachatez de implicar en este pleito de la actual familia del PP al ministro Rubalcaba, por un lado, y a los antecesores de Esperanza Aguirre en la CAM, Leguina y Gallardón, por otro.