Miedo
01/06/2011 - 00:00
La sociedad del siglo XXI vive sometida a permanentes alarmas de catástrofes bíblicas que luego no se cumplen. No obstante, la sensación de miedo es una constante de la que no puede desprenderse una ciudadanía que nunca ha vivido una peste medieval o una pandemia mundial.
Las alertas sanitarias se convierten para el atribulado hombre de hoy en las alarmas por bombardeo de las guerras del siglo pasado. Así un foco de contaminación por una bacteria intestinal en Hamburgo se convierte en la guerra contra el pepino por una precipitación política.
Todavía reciente la alarmista actuación de la Organización Mundial de la Salud en la gestión de la "gripe A", los europeos no hemos escarmentado y ante cualquier resultado, esté verificado o no, ponemos en cuarentena productos, enfermos y a supuestos contagiados sean o no portadores de la enfermedad. Somos una sociedad enferma de miedo.
Una sociedad que compra millones de vacunas que luego tiene que tirar a la basura, que no deja pasar a camiones cargados de hortalizas que tan necesarias son en los países africanos con hambrunas endémicas.
La clase política, que no quiere afrontar el riesgo de que se le reclamen responsabilidades por no haber hecho sonar las campanas, da información sin contrastar sabiendo que sus ciudadanos lo único que quieren es un culpable frente al miedo.
Eso es lo que ha ocurrido estos días. Lo malo, es que hay de verdad una infección por un "E.coli" que está matando gente, y que tantos días después no se sabe su origen.
Lo preocupante es que el sector de la exportación española, donde las hortalizas y las frutas tienen un peso significativo, está teniendo pérdidas millonarias.
La exportación es de los pocos sectores que está levantando la cabeza en la maltrecha economía española y podría hacer perder miles de puesto de trabajo en el sector agrícola.
Por eso, hay voces que se quejan, y con razón, de la lenta reacción del Gobierno. La ministra de Agricultura debería haber reaccionado con mayor celeridad ante el cierre de las fronteras a los productos hortofrutícolas, basado en unas primeras pruebas de laboratorio sin conformar.
El daño ya está hecho. Pese a que Alemania ha levantado el veto y ha reconocido la "no culpabilidad de los pepinos españoles", la atemorizada población germana y europea no va a volver a consumir productos de la huerta mientras no se aclare el origen del foco infeccioso.
Al Gobierno toca ahora hacer una amplia campaña de divulgación de las bondades de las verduras españolas y reclamar a Bruselas una compensación económica para los agricultores que han pagado el pato de una alarma sin contrastar.
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