Miedo a la libertad
No sabemos si el hombre ama la libertad o la teme.
No sabemos si el hombre ama la libertad o la teme. Muchas de las cosas que están pasando en política se explican porque el ciudadano medio delega su libertad y el compromiso de decidir por sí mismo. Las decisiones cuestan esfuerzo, valor, fidelidad y coherencia. Nadie quiere asumir compromisos mediante sus decisiones. Y los que deciden en nombre de los ciudadanos tampoco son consecuentes. Muchas veces nos limitamos a aprobar o reprobar las decisiones de nuestros representantes que llamamos compromisarios o mandados. El empoderamiento del pueblo (concepto jurídico) es un asunto muy complejo en democracia. ¿Sabemos lo que significa otorgar poderes a otros, enajenar la voluntad propia para que se actúe o decida en nuestro propio nombre? ¿Pueden los ciudadanos abdicar o renunciar a sus responsabilidades y delegarlas? La sociología de la democracia y de la representación lleva consigo una antropología de la responsabilidad personal. Se ha extendido, además, la especie de que las decisiones representativas no tienen consecuencias o responsabilidades penales. El tema de la legalidad o nulidad no afecta a muchos de nuestros políticos pues se sienten por encima de todo código o reglamento y no responden ante nadie. Se hace ley al andar, se hace legitimidad al decidir, piensan muchos.
En democracia, la libertad y soberanía del pueblo es una voluntad interrumpida, cíclica, intervenida y controlada por el poder. No sabemos hasta dónde se usa y abusa de nuestra voluntad delegada. Sólo sabemos hasta cuándo pues lo marca el calendario. El sistema democrático parlamentario es algo convencional, pactado, entre el poder originario y el poder derivado. Es cierto que la democracia asamblearia, multitudinaria, directa, era inviable y fue sustituida, en la modernidad, por la democracia representativa más funcional. Dejar nuestras vidas o destinos en manos de los demás, sigue dando miedo al hombre. Ese miedo está en el origen del sentimiento religioso y de la democracia. Es cambiar o intercambiar seguridad o confianza por libertad. Los llamados Consejos de Administración en las empresas no son administración de los consejos de los administrados sino de sus propios intereses. Lo mismo sucede en política con tantos organismos representativos.
¿Por qué año tras año, sistema tras sistema, candidato tras candidato, el pueblo sano, sencillo y de buena voluntad, sigue permitiendo el engaño, la traición, la corrupción, la inmoralidad de nuestros cuadros dirigentes o aparatos representativos? Parece que le gusta o está de acuerdo con ello, a la vista de la poca reacción moral de los ciudadanos. La democracia es un misterio, un riesgo moral, hemos escrito otras veces. Por eso tiene que ser, también, una lucha moral, una clarificación de intenciones. En ello consiste su grandeza. Por eso existe el miedo en el pueblo.