Miedo a volar ( y morirse de vergüenza)

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

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Santiago López - Castillo
No siente vergüenza ajena cuando escucha a los colegas cantamañanas, canta tardes y canta noches hablar de lo que no saben. Ahora, desgraciadamente, ha sido la aviación; antes, un huracán o un tifón; otra vez, un pavoroso incendio y, con harta frecuencia, una catástrofe ferroviaria. Hablan porque tienen boca.
Sentencian sin base ni argumentos. Hasta que un experto en la materia (piloto, meteorólogo, bombero o ingeniero, etcétera) llama a la emisora con el ruego, háganme el favor, de que los fogosos contertulios “hablen con propiedad”.
Con motivo de la tragedia de Spanair, se ha oído tal sarta de estupideces que usted no tiene más remedio que pedir más rigor informativo, en base a una acreditada documentación, y dejando a un lado la situación emocional -que contagia, cierto-, así como el morbo que suscitan este tipo de sucesos (EE.UU. fue un ejemplo de sentido común en el 11-S e Inglaterra, lo mismo, con motivo del atentado en el Metro de Londres). De ahí que el juez español que instruye el caso prohibiera cualquier fotografía macabra, tan macabra como la propia muerte. No voy a erigirme, Dios me libre, en acreditado comentarista sobre la aeronáutica, porque no lo soy, aunque me anima escribir estas torcidas líneas en base al conocimiento mínimo de la aviación y a ese comandante amigo que todos tenemos, concretamente Juan Bona, de Iberia, en vuelos transoceánicos, y no digamos azafatos y azafatas, auxiliares de vuelo, propiamente dichos, ángeles del cielo, que viven y moran al lado de alguna de nuestras urbanizaciones.
Intenté, hace más de dos décadas, el curso de piloto privado, del que desistí porque la física era incompatible con mis letras. Pero guardo libros que van desde que en 1805 el británico Cayley diseñó el primer avión de la era a base de fuselaje, alas, timones de dirección y profundidad y grupo propulsor, hasta el vuelo instrumental (IFR, Instrumentals Flay Rules). Y pare usted de contar, además de haber viajado por casi todo el mundo, lo que, en efecto, no da licencia para opinar en accidente tan grave, que llevará un año como mínimo averiguar con exactitud las causas del siniestro. Sin embargo, y como hemos venido comprobando, hasta un gacetillero de sucesos -género, por cierto, honroso, nada fácil de ejercer en base al rigor informativo- se permitió el lujo de hablar de los sistemas de navegación, el queroseno, los flaps y el sursuncorda del transporte aéreo. De tamaña osadía se mostró una colega tartaja que escribe con los pies y razona en la radio según la revolución de sus neuronas.
De modo que pongamos sentido común a las cosas. No se pueden utilizar las emociones de los familiares -absolutamente legítimas por dolorosas, el miedo es libre- para hacer carnaza informativa. De la misma manera que a un ex carcelado, tal que De Juana Chaos, nos lo presenten determinados medios -por aquello de la “exclusiva” y su puta madre- como un perseguido por la sociedad con veinticinco asesinatos a su espalda. Queriendo o sin querer, estas marionetas de la “noticia” (“¿qué siente usted en estos momentos…?”, pregunta el genial reportero ante la muerte de dos hijos) han metido el miedo en el cuerpo a cuantos pasajeros toman el avión. Es, debemos resaltarlo, el transporte más seguro que existe. Sólo en España, los fines de semana de un mes se cobran cien automovilistas en las carreteras.
También, con este tipo tragedia, se saca la leyenda de la buena vida, alcohol y mujeres de los pilotos. Los conozco golfos que antes de entrar en la cabina preguntan ¿qué tipo de ganado llevamos hoy? (por las azafatas). Pero es una minoría, fruto de la prepotencia y la fantasmada de los galones de cuatro barras. Eso no quiere decir, por otro lado, que los profesionales del aire no sean rigurosos en su cometido. Porque se juegan la vida, como el segundo o el mecánico de vuelo y los auxiliares. Son los comandantes, sí, dueños y señores de la aeronave. Mas seamos serios: los pilotos se someten cada seis meses al CIMA, a un reconocimiento médico y psicológico exhaustivos, y no digamos ya del mantenimiento de los aviones, a veces distorsionado -como es el caso del MD-82- por planteamientos laborales. (Me pareció sencillamente deleznable el titular de El Mundo el día negro de Barajas, 20 de agosto de 2008: “La crisis de Spanair desemboca en una tragedia…”).
Y es que, tristemente, la acción política y periodística se introduce por entre las turbinas con más peligro que un pájaro perdido en el horizonte. Por ello -al margen de las responsabilidades de la compañía Spanair, que deben ser muchas, como las de Fomento, que son máximas y con una ministra ridícula que se expresa sin sentido y con una lengua de trapo, es lo de menos-; por ello, concluyo, la tragedia del JK5022, origen Madrid y destino a Las Palmas de Gran Canaria, debe ser analizada con todo el rigor, y, seguro, que así se hará pero sin precipitaciones.
Para viajeros y navegantes desempolvo los maravillosos libros de Richard Bach, el que creó “Juan Salvador Gaviota”, “Miedo a volar” o “El don de volar”, del que extraigo el siguiente párrafo: “Si el cielo es Dios, es misterio y es ira y los azotará con el rayo y la aflicción y los hará sufrir por su blasfemia”.
Zapatero hizo suyas -en beneficio propio electoral- las muertes del “Yakolev” contra del Partido Popular. Mientras que hoy, por el contrario, Rajoy se muestra prudente, no quiere hacer sangre de nuestra sangre, pese a que haya embusteros a lo Rubalcaba y Barajas sea pista para darte una hostia. ¿No era tan fácil y rápido, señor Bono, la identificación de los cadáveres en el siniestro de los militares españoles? Aquí tiene usted un ejemplo. Descansen en paz.