Miedo difuso

01/09/2017 - 12:01 Javier Urra

Estos mazazos emocionales generan paranoia, inestabilidad, fobias.

Saberse en cualquier momento y lugar vulnerable genera un estado de ansiedad latente, una desconfianza sin límites, una perversa acomodación a una inescrutable lotería.
    Pensar en un mundo sin sentido, saber que veremos más cuerpos descoyuntados, cochecitos de bebes aplastados, nos hace gente indefensa.
    Anticipar ataques indiscriminados, perpetrados hasta la muerte. Saber que no hay fronteras para el dolor, ni límites para el sufrimiento, que un enemigo abstracto que nos odia, un terrorismo ubicuo en guerra con Occidente nos hará pagar un continuo tributo de sangre, secuestra toda ingenuidad.
Avistar métodos cada vez más crueles y letales, asesinatos colectivos, amputaciones, ser conscientes de que desean acabar con nuestros valores, como el de la sana diversión en ciudades abiertas llenas de vida, nos desesperanza.
    Cuando se prevé no estar en multitudes, se anticipa zonas de riesgo, se es presa del terror.Ante los atentados la respuesta bien humana es de padecimiento, de sentirse concernido, de compasión, y al tiempo de respiro por no estar en la lista de heridos o de fallecidos. Se busca a los “nuestros” (familiares, amigos).
    Se llora, se guarda minutos respetuosos de silencio, se reinicia la vida, los controles, intentando compatibilizar libertad y seguridad. Buscando confiar en el ser humano, en el futuro. Pero anticipando futuros zarpazos desalmados, fanáticos, indiscriminados.
    El ser humano es social, precisa de la confianza. Estos mazazos emocionales generan paranoia, inestabilidad, fobias. Dañan la estructura de seguridad. Son un lastre para el devenir al sembrar desesperanza.
    Nos cabe trabajarlo con ilusión por la esperanza, y en lo posible vacunar contra el odio, seguir dando gracias a la vida, convivir con la incertidumbre, ser libres y dueños hasta del miedo, afrontar con valor la existencia.