Misión imposible
01/10/2010 - 09:45
El comentario
Rafael Martínez-Simancas Periodista
Habrá que analizar por qué el común de los españoles tiene como asignatura pendiente adelgazar y aprender inglés, y por qué nunca lo consigue salvo la honrosa excepción de Aznar que aprendió el idioma de Shakespeare sin duda porque apenas hay que vocalizar. Nuestra melancolía al contemplar los michelines ante el espejo debe ser parte de la nostalgia que arrastramos de aquellos hidalgos castellanos que pasaban hambre en un caserón; hambre cervantina por tanto.
Durante generaciones se ha considerado que estar lustroso era un síntoma de salud aunque luego las arterias se taponaran con tocino y la gente muriera de ataques de hermosura (dejando un cadáver gordito y sonrosado que tanto gustaba contemplar a las vecinas). Tuvimos que esperar al siglo XX y en España a que publicara el doctor Grande Covián, para darnos cuenta de qué alimentos convienen y cuáles son los prescindibles. Así que uno puede estar gordo de los nervios, (que es otra de las trolas más extendidas), pero nunca gordo por falta de información. Para eliminar kilos están los gimnasios que han florecido en todos los barrios y en los que se exhiben las fotos de tipos que parecen esculpidos por Miguel Ángel si no fuera porque tienen cara de no haber visitado La Capilla Sixtina en su vida. A pesar de las dietas, las recomendaciones, los gimnasios y los espejos, cada año por estas fechas nos enfrentamos a la prueba del biquini, ellas, y a la del traje de baño, ellos. Y es cuando comprobamos que la tela encoje cuando se guarda demasiado tiempo en un cajón ya que es imposible que ese traje de baño que nos quedaba tan bien el pasado mes de agosto ahora nos apriete las carnes. Pero sí, es posible, sobre todo porque estas carnes no tienen nada que ver con aquellas. La tendencia de los cuerpos a la expansión es natural salvo que se le ponga freno y para eso hace falta voluntad, terrible problema.
Uno de esos estudios sin fronteras (y sin utilidad) que realizaba el Gobierno en los tiempos de bonanza calificó a las mujeres en tres tipos: diábolos, cilindros y campanas. Con los hombres no se atrevió porque iba a ser muy sosa la calificación: barrigas crecientes o barrigas en cuarto menguante dada la tendencia al michelín cervercero. Una vez al año tenemos la ocasión de enfrentarnos al resultado de nuestra propia historia: el elástico del traje de baño que no admite recurso, o se cabe o se deja uno el ombligo hacia adentro como si fuera el botón de una colchoneta. Misión imposible. La solución consiste en vida sana y ejercicio pero todavía hay mucho que piensa que es latín la sentencia que afirma: mens sana, in corpore in sepulto.