Misterios

17/04/2019 - 16:42 Jesús de Andrés

Nadie sabe qué hay ni qué ocurre dentro de un agujero negro, posiblemente haya un punto con una gravedad y una densidad infinitas.

Como ha ocurrido esta semana con la imagen de Notre Dame ardiendo, las portadas de los periódicos de todo el mundo coincidieron hace unos días mostrándonos la primera fotografía realizada a un agujero negro. Enorme, tres millones de veces más grande que la tierra, ubicado en el corazón una lejana galaxia situada a 55 millones de años luz. Un monstruo, como ha sido definido, con una masa tan inconcebiblemente grande que absorbe todo aquello que se le acerca, que no deja escapar ni la luz, que se traga un sol cada dos días. Nadie sabe qué hay ni qué ocurre dentro de un agujero negro, posiblemente haya un punto con una gravedad y una densidad infinitas, un lugar en el que la física conocida se rompe en algo diferente, una curvatura en el tiempo y el espacio, quién sabe. Los astrónomos lo denominan singularidad, que es una manera elegante de reconocer que no saben qué hay allí. La ciencia se convierte en hipótesis, en teoría por demostrar. 

Perseo fue hijo de una madre mortal, Dánae, y de un dios, Zeus, deidad suprema de los griegos. Dánae era virgen, y fue fecundada por Zeus con una lluvia de oro que Tiziano reflejó con maestría. Rómulo y Remo, fundadores de Roma, también fueron engendrados por una mujer virgen, Rea Silvia, y por un dios, Marte, tal y como relató Tito Livio. Hubo un tiempo en que los héroes sólo alcanzaban la gloria siendo hijos de un dios y de una mujer virgen. También hubo un tiempo en el que los mitos no necesitaban demostración alguna para ser verdad, lo eran por el simple hecho de ser enunciados. La ciencia vino a trastocarlo: a partir del momento en que la razón se impuso, el método científico nos enseñó cómo obrar para desgajar las certezas de la ficción. Los libros sagrados –todos– se convirtieron en literatura fantástica. Siendo así, la fe se convirtió en la tabla de salvación para preservar las creencias, en poción mágica para mantener la tradición. Y donde no llegaba la explicación de la fe, donde entraba en colisión con el saber, se abrió paso el misterio. En él se depositaron las dudas e incoherencias, todo aquello para lo que no hay explicación racional, las contradicciones acumuladas, las discordancias y las paradojas.

Vivimos rodeados de enigmas, algunos de los cuales irá desvelando el tiempo. Estamos envueltos por arcanos creados por nosotros mismos, misterios que no fueron concebidos para ser desentrañados sino todo lo contrario. Decía un escritor francés que la fe son 24 horas de duda y un minuto de esperanza. El ser humano desconoce más de lo que sabe, la magnitud de aquello que no entendemos nos obliga a ser humildes. El paso del mito al logos nos dio las herramientas para salir de la ignorancia, pero siempre son pocas para combatir el misterio.