Montecristo
No deja de sorprender que hubiera quien pensara que el chavismo iba a abandonar el poder voluntariamente. Las elecciones, en las dictaduras, buscan legitimar sus regímenes, no propiciar alternancias de gobierno.
No sé si es por su nombre, de resonancias dumasianas como pocos, o por su aspecto de abuelo amable que desprende bonhomía, el caso es que Edmundo González, candidato a las elecciones venezolanas, sin duda alguna vencedor en las mismas, me suscita un sentimiento a medio camino entre la admiración y la ternura. Admiración porque no evitó la llamada a presentarse a las elecciones presidenciales aglutinando el voto de la oposición democrática, sabiendo el riesgo al que se exponía, a la vez que lástima por la forma en que ha sido, y es, utilizado por unos y otros. Esta semana hemos visto cómo ha sido reconocido por los poderes legislativos europeo y español. El Parlamento Europeo aprobó el jueves el reconocimiento de Edmundo González como presidente de Venezuela “legítimo y democráticamente elegido”. Por su parte, el Senado aprobó el miércoles instar al Gobierno al reconocimiento del candidato como presidente electo, mientras que el Congreso de los Diputados hizo lo propio la pasada semana reconociéndolo como presidente. El caso es que no era el candidato natural, que fue animado a presentarse por los problemas que el gobierno venezolano puso a otras candidaturas, como la de María Corina Machado, líder natural de la oposición democrática, que nunca se le vio cómodo, y que no peleó por su victoria, más que evidente, saliendo del país a la primera de cambio. El miedo es libre y a nadie se le pueden pedir heroicidades, y menos si se enfrenta a un régimen criminal como el venezolano, pero es cierto que su marcha del país supuso el reconocimiento expreso de la victoria, si no electoral, sí política, de Maduro.
No deja de sorprender que hubiera quien pensara que el chavismo iba a abandonar el poder voluntariamente. Las elecciones, en las dictaduras, buscan legitimar sus regímenes, no propiciar alternancias de gobierno ni, mucho menos, entregar el poder. Jamás entró en los planes de Maduro reconocer una derrota ni transitar a un sistema democrático. También Cuba celebra elecciones, y a nadie se le ocurre pensar que el régimen cubano se pueda ver mínimamente afectado por ningún resultado. Tan sólo la presión internacional, en particular de quienes son o pueden ser aliados, podría ser capaz de iniciar una reflexión entre el chavismo, pero de ahí a abandonar el poder hay un trecho.
Otro Edmundo, el personaje de Alejandro Dumas, Edmundo Dantés, protagonizó la mayor historia de venganza que se haya concebido jamás. Convertido en el Conde de Montecristo, maduró en soledad cómo vengarse mientras injustamente cumplía condena. No creo que haya venganza capaz de resarcir el daño causado por el chavismo. Bienvenido sea González a España, donde le deseo un merecido descanso y desde donde, ojalá, pueda contribuir al desgaste de la dictadura venezolana. Son demasiados años ya de sufrimiento.