Mujeres

08/03/2011 - 00:00 Esther Esteban

 
Se acaba de cumplir un siglo desde que en 1911 se celebró por primera vez el día de la mujer Trabajadora. Alemania, Austria, Suiza y Dinamarca fueron los países pioneros en poner en rojo una fecha que ya se conmemora prácticamente en todos los países del mundo. Desde entonces hasta ahora los avances han sido importantísimos ¡ que duda cabe! y las mujeres hemos ido haciendo una revolución silenciosa e imparable en el difícil camino hacia la igualdad. Lo conseguido ha sido mucho, pero aun queda tanto por hacer que me temo que dentro de un siglo nuestras nietas y las siguientes generaciones tendrán todavía esta fecha redondeada en rojo en el calendario.
   Solo el día en que tal celebración desaparezca por innecesaria, empezaremos a ver la luz al final del túnel. Nadie concebiría a estas alturas que no se nos considerara iguales a los hombres en derechos y obligaciones y, menos, que no lo fuéramos ante la ley, pero a la hora de la verdad y en el caminar del día a día ,las desigualdades persisten incluso se acrecientan en algunos casos. Solamente en el terreno laboral, la retribución media anual de un hombre en España es de 21.433 euros, mientras que la de la mujer es de 16.110, lo que supone una diferencia del 26 por ciento que se mantiene a lo largo de toda la vida laboral y se incrementa hasta un 40 por ciento cuando se llega a la jubilación. Si todos aceptamos la regla de oro de que "a igual trabajo igual salario" ¿cómo es posible que esto suceda y con total impunidad? Resulta especialmente llamativo que estas desigualdades se produzcan en todos los estatus y estamentos sociales sino en términos salariales estrictamente, si de promoción profesional, que en el fondo es lo mismo.
   Si demuestra vale un botón: en la Unión Europea apenas el 12 por ciento de los miembros de los Consejos de administración son mujeres y en España solo el 8 por ciento, lo cual choca frontalmente con el nivel de formación, cada día mas elevado y los resultados académicos excepcionales de las mujeres que ya se sitúan por encima de los varones en estos ranking. El problema no es evidentemente la ley, sino su cumplimento y sobre todo el tipo de educación que estamos dando a nuestros hijos para que las desigualdades permanezcan en el tiempo y entre las distintas generaciones.
   Ni siquiera los partidos políticos que deberían dar ejemplo de cómo deben hacerse las cosas hacen lo que predican. Todos se cuelgan la medalla de que cumplen la cacareada ley de igualdad pero no es cierto, y lo que si queda claro es que hecha la ley se hace la trampa. El truco más utilizado por los aparatos de los partidos ha sido no solo aplicar la letra de la ley por el lado que más perjudica a las mujeres- es decir que son excepcionales los sitios donde son el 60% de mujeres- sino cuidarse mucho de que sean hombres quienes figuren en los puestos de salida o hacer una configuración de las famosas listas cremallera especialmente diseñada para el sexo masculino. La trampa es fácil. Se hace una lista cremallera sí, pero si un hombre la encabeza y si el numero de electos es impar habrá siempre mas diputados que diputadas.
   Desgraciadamente también en esto, se puede dar por bueno ese razonamiento rancio y machista de que "la política sigue siendo cosa de hombres" sobre todo si vemos que el número de mujeres que han llegado a los puestos de máxima responsabilidad como diputadas, alcaldesas o presidentas autonómicas sigue siendo exiguo. La igualdad, en este caso revestida por la pompa y el boato de un ley, se ha quedado sólo en aplicar su letra y ni siquiera a rajatabla, aunque el espíritu de la misma haya sido masacrado por ese mundo oscuro de ambiciones de medio pelo que se esconde en los llamados aparatos de los partidos. Ya se sabe que ellos se lo guisan y ellos se lo comen y..... poder, lo que se dice poder, se sigue escribiendo en masculino y singular. ¿Hasta cuándo? Pues hasta que nosotras sigamos consintiendo que la conciliación sea solo una bonita palabra vacía de contenido. La revolución sigue, es imparable, pero tal vez tiene que dejar de ser silenciosa para hacerla más eficaz y que nuestra voz se deje oír nítidamente para que la denuncia no caiga en el olvido.