Nada es lo que parece y viceversa

17/09/2011 - 14:11 Fernando Jáuregui

 
Muchas veces he dicho que temo los períodos de interinidad, que es cuando los osados aventan sus improvisaciones, los pillos tratan de perpetrar sus desmanes y muchas ingenuas gentes de bien se resignan, a la espera de que lleguen los nuevos tiempos, el recambio. Y entonces se producen situaciones desesperadas, en las que la imagen, la apariencia, tratan de sustituir, inútilmente, a la realidad. Por supuesto, me refiero al renacido impuesto de patrimonio. O a la reforma constitucional. Pero podría, igualmente, en este resumen apresurado de los últimos días, estar haciendo mención a la condena a diez años de prisión dictada contra Arnaldo Otegi. Sí, también a eso. Perdone usted mi extremo escepticismo, pero es que ni creo que el impuesto de patrimonio vaya a aplicarse nunca, ni pienso que la reforma constitucional, pospuesta ad calendas graecas, tenga más valor que la reintroducción del impuesto: mostrar a los mercados exteriores y a la clientela interior que se gobierna, que existe un afán de regeneración, de propiciar reformas y cambios. Aunque luego eso no vaya a pasar de estar plasmado en un papel, si no mojado, al menos húmedo. Porque el tan llevado y traído -nunca mejor dicho, impuesto está deficientemente definido, el Gobierno ha dado muestras de no estar demasiado seguro del terreno que pisa, incluso con los datos básicos, y, encima, tendrán que aplicarlo unas comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular, contrario a la medida. Sobre la reforma ambigua y demorada del artículo 135 de la Constitución, estableciendo un techo de gasto presupuestario, qué quiere que le diga: que parece que ha dejado muy contenta a la señora Merkel, que era de lo que se trataba. Y punto. Y permítame entrar en la tercera gran cuestión de esta semana llena, como casi todas, de temas apasionantes y desesperantes: la condena a diez años dictada contra el 'batasuno' Arnaldo Otegui como presunto ejecutor de los planes 'políticos' de ETA, y otras penas impuestas a varios de sus compañeros en el 'caso Bateragune'. Es una sentencia muy conveniente quizá en todo el territorio nacional, donde el rencor contra la banda asesina del horror y del terror es profundo y justificadísimo; pero acaso sea, a la luz de los hechos que se dicen probados y calificados, una sentencia en estos momentos excesiva, y así lo piensan incluso muy acérrimos enemigos de ETA en el País Vasco, comenzando por el mismísimo lehendakari López. Triste país aquel en el que hay que explicar lo evidente: por decir cosas semejantes a la que antecede he tenido que ampararme, ante ataques airados rayanos en el insulto, en pasadas amenazas contra mi persona, procedentes de la banda, que ha sido una pesadilla para mí y mi familia durante algún tiempo. Nadie más que yo, por supuesto, quiere el fin de ese matonismo aberrante e inhumano y que quienes lo practican tengan su justo castigo. Pero ahora pienso que ETA, Dios lo quiera, está en la agonía final, que Bildu no se corresponde milimétricamente con ETA -contra lo que dicen quienes me parece que lo ven todo excesivamente en dos dimensiones o solamente en dos colores y que Arnaldo Otegi, que está lejos de ser un hombre de paz, claro está, es un eslabón necesario para terminar con los mafiosos verdugos. Claro que hay que acatar las decisiones judiciales, pero también se puede discrepar de ellas: me parece que Otegi, que ha sido merecedor de condenas mucho más severas de las que ha recibido en el pasado, ahora es castigado precisamente por estar ensayando una vía hacia el escape de la dictadura de los pistoleros. Ya sé que esa es una interpretación política y que la Justicia se practica con las leyes en la mano. Pero son los jueces quienes, a la luz de muchos factores, han de interpretar la ley. Cada cual interpretará esta sentencia, que ojalá no tenga consecuencias colaterales, como mejor le parezca. Pero lo cierto es que las cosas ya no son como eran hace apenas dos años; lo sabemos todos, Gobierno, oposición y la ciudadanía. Y me parece que, tras las reiteradas negativas del ministro portavoz, José Blanco, a comentar la sentencia del tribunal presidido por doña Ángela Murillo, se esconde un profundo disgusto por cómo han ido las cosas. Pienso, en fin, que estamos ante un caso más de cultivo judicial de la imagen, de optar por la senda de lo políticamente correcto, que no siempre tiene que ser lo más práctico, lo más beneficioso ni, en definitiva, lo más correcto. Y me da la sensación, informada en las opiniones de varios expertos, de que, sea como fuere y a la luz de lo que vaya a ocurrir en los próximos meses, Otegi no estará mucho tiempo en la cárcel. Lo contrario sería convertirlo en una especie de mártir, un Nelson Mandela euskaldún. Y eso sí que sería verdaderamente injusto.