Neutralidad y compromiso

17/12/2018 - 17:05 Jesús Fernández

La democracia es un pluralismo de valores, es un parque, una central de valores donde cada uno puede elegir.

Los grandes (y graves) acontecimientos de la civilización actual están interpelando al hombre de nuestro tiempo y a la comunidad. Con esta ocasión ha aparecido en el horizonte cultural el tema de la neutralidad de los valores como libertad, vacío o equidistancia de la conciencia frente al bien o el mal. Si hasta ahora existían dos extremos en la conciencia, en la percepción del bien o del mal, ahora nos quieren hacer creer que existe también la indiferencia, o sea, el vacío, que el fiel de la balanza de la razón humana no se mueva, no se incline, no opte por nada. Es la paralización del juicio racional del hombre, la suspensión de toda fuerza moral, la impotencia total frente a  instintos e inclinaciones, la suspensión de todo compromiso. El humanismo moderno se debate en la indecisión  más absoluta en el orden psicológico, social, político y moral. Porque el hombre es un ser inclinado, doblado y lleno de tendencias que hay que neutralizar en positivo. El hombre, la conciencia, es la tensión  dialéctica entre el bien y el mal. Es una lucha radical pero en diferido.

Todo nace de creer que el hombre “pone” los valores a su capricho o inspiración y no reconoce que los valores están  puestos objetivamente, antes que el hombre o e mundo y que el hombre se les encuentra. Sólo hace falta reconocerlos y, para ello, es necesario una formación, una sensibilidad o educación en los valores. ¿Pero hay valores todavía? ¿No estamos en una democracia? Muchos creen que la democracia es la libertad más absoluta  o la posibilidad de elegir y diseñar  las normas que han de regir mi propia vida en común. La existencia humana carecería  de referencias. ¿Cómo pueden existir derechos humanos si no existen valores? Tendríamos entonces una sociedad del río, de generación y  desintegración, de disolución  y de improvisación.  

Al lado de su negación y existencia, otros creen que los valores no obligan, no vinculan, no determinan ni condicionan la propia existencia o actuación humana. Pero una sociedad no puede vivir sin valores, aunque haya que inventarlos. Los de hoy son la eficiencia, la consecución del poder, de la influencia, de la riqueza. Con ello, no pedimos una sociedad monográfica en valores. La democracia es un pluralismo de valores, es un parque, una central de valores donde cada uno pueda elegir. Pero hay que elegir siempre entre unos y otros valores legítimos y reconocidos, no entre la negación y la existencia de ellos. Sería una existencia dramática a la que asistimos en estos días, con desgarro, dolor y muerte. Dicho pluralismo constituye la esencia de la democracia. Por ello, se puede hablar de valores fundamentales, o su equivalente, en derechos fundamentales. Este lenguaje ya es más inteligible pues hemos transformado la noción metafísica del valor en  concepto jurídico, constitucional y político de los derechos humanos. Sin ellos, no puede existir una sociedad. ¿Podremos hablar de nuevos valores?  Hay que buscar la máxima coincidencia en ellos.