Nevada en la Sierra Norte

18/02/2016 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

El lunes amanecieron las cumbres de Sierra Norte( Pico Ocejón (2.060 m.) Alto Rey (1.860 m.),Alto de las Mesas o Pico del Lobo (2.245 m.) cubiertos de una abundante nevada. Como fue al día siguiente de San Valentín, se me ocurre pensar que a lo mejor fue una atención del Santo a la petición de algún mozo de aquella Serranía que le imploró una nevada para sosegar el fuego de su corazón enamorado. Gracias a ello hemos podido disfrutar, aunque a distancia, de la grandiosidad de aquellas sierras bajo el blanco manto de la nieve. Por aquella zona he andado hace varias semanas, y fruto de ello han sido los recientes artículos sobre la oruga procesionaria. También fui con nieve que apenas blanqueaba las cunetas, pero no me arriesgaría este fin de semana a volver allí por el peligro de la nieve helada en aquellas alturas, que sin salirse de la carretera, llega a los 1.560 metros en el puerto de montaña El Collado, a cinco kms. de Galve. Pero merecería la pena contemplar de cerca, vestida de blanco, la inmensa joroba del Alto de las Mesas (2.245 m.), el cerro aquel en que se opusieron el presidente Bono y los ecologistas a que se construyera una pista hasta la cumbre donde se proyectaban unas instalaciones militares. Desde el Pico Ocejón se mira hacia arriba para ver la cima del Alto de las Mesas, una ascensión de no difícil, pero sí fatigosa subida porque detrás de una cumbre viene otra hasta llegar a los 2.245 metros de cota del Alto de las Mesas. Pero más que esta cumbre señera, me gustaría ver nevadas las imponentes hondonadas y barranqueras del curso del Alto Sorbe.
Al ver de lejos la nieve nos hemos dado cuenta de que este invierno no la hemos visto caer en la capital ni siquiera como pelarcillas precursoras de una frustrada nevada. Y eso me ha hecho recordar que de niño de siete u ocho años nos tenían que abrir sendas por las calles para poder ir a la escuela en cierto pueblo del Alto Tajo, ribereño del Cabrillas. Conocí y conviví otra vez con la nieve de doce a catorce años en mi Palazuelos familiar, y sé que lo mejor para combatir el arrecido de las manos heladas es frotarlas enérgicamente con nieve. Y sé también, aunque no haya sido cazador, lo que es perderse en el monte de mozalbete al desaparecer la configuración del suelo bajo el manto de la nieve sin más elemento de orientación que el cercano Alto Moroso, de Carabias, o la lejana silueta del castillo de Atienza.