No con nuestro silencio

15/06/2011 - 00:00 Consuelo Sánchez-Vicente

 
Dice la ex consejera de Justicia de la Generalitat de Catalunya, Montserrat Tura, que si el movimiento de los indignados quiere ganar prestigio "no puede basarse en el espray y en marcar a las personas como si fuesen dianas porque esto recuerda a lo que hacían los nazis". Consternada. Se refería Tura a que cuando se dirigía a la sesión del Parlament de Catalunya para participar en el debate de los Presupuestos catalanes de 2012 en su condición de diputada socialista, alguien de entre la turbamulta que acosaba a los diputados le pintó una cruz en la gabardina con espray negro. Al diputado ecosocialista Joan Boada, ex secretario general de la consejería de Interior, le pintaron con espray rojo, al secretario general de ICV Joan Herrera le tiraron una piel de plátano, al ex consejero de Educación Ernest Maragall le pegaron un empujón.

    Otros, como el propio presidente Artur Más, la presidenta de la cámara autonómica Nuria de Gispert, o el líder de la oposición, el socialista Joaquín Nadal, se libraron porque utilizaron el puente aéreo de helicópteros (8 vuelos) que montaron los Mossos para trasladar hasta el Parlament a los veinticinco diputados y consejeros que se concentraron en la comisaría más cercana al edificio para conseguir vía aérea lo que por tierra no lograban, a saber, algo tan elemental en democracia como que no haya una partida de la porra esperándote impunemente a las puertas del trabajo para marcarte, insultarte o romperte, en nombre "del pueblo". Como todos los totalitarismos y todos los fascismos que en el mundo han sido, los indignados se creen los auténticos y legítimos representantes del pueblo, no los políticos que elegimos en las urnas. ¿Nos dejamos de eufemismos, señores?