No estamos en la guerra fría, sino en El Gran Juego
01/10/2010 - 09:45
Cartas al director
Rafael Díaz Riera - Guadalajara
Con las ascuas humeando sobre lo que fueron hogares y las patrullas rusas por las calles de Gori, conviene reflexionar sobre lo ocurrido y refrescar algunos datos que teníamos olvidados, o, tal vez, nunca supimos.
En mi modesta opinión me parece importante recordar que:
Las fronteras de las repúblicas caucásicas las diseñó en 1922 un georgiano conocido como Stalin. Y las trazó con el único propósito de dividir hasta un máximo soportable a los pueblos autóctonos. Tan sólo así se justifica la existencia de una Alania (Osetia del Norte) separada una Osetia del Sur, de una República Igushetia distinta de Chechenia, de un Karabaj separado de Armenia, o de la inclusión de la llanura georgiana de Tsjnval en Osetia del Sur. Son fronteras, sin otra legitimidad que la astucia de un tirano y la que les proporciona dieciséis años de existencia postcomunista. Unos límites así son pasto de problemas y es probable que den algunos más en el futuro próximo. Para facilitar las cosas y que todo el mundo sepa a qué atenerse en esto de los límites fronterizos, vemos como las dos superpotencias invocan principios opuestos en los casos de Georgia y Serbia. ¡Menos mal! Ahora ya podemos valorar en su exacta medida esas nociones del Derecho Internacional que pregonan sus ministros de exteriores.
La segunda cuestión en la que me parece oportuna insistir es que el oleoducto y el gas natural son una de las razones del conflicto. Verlo en clave exclusivamente mercantil lo simplifica y falsea. Rusia ya estaba en el Cáucaso antes de que el petróleo y el gas significaran algo. Y quiere seguir estando cuando dejen de importar. No debemos olvidar que la guerra actual la ha iniciado Georgia, que llevaba meses adquiriendo armas a Israel. Tales adquisiciones no podían pasar inadvertidas a los analistas rusos, máxime cuando su conocimiento estaba al alcance, no ya de los servicios secretos, sino de cualquier lector del website Ynetnews, versión inglesa de la agencia de noticias Yedioth Ahranoth, el 27 de julio sin ir más lejos. Por lo tanto, no es de extrañar la rápida reacción del ejercito ruso y es legítimo presumir que han ejecutado un plan de operaciones que tenían redactado tiempo atrás. Por si fuera poco, el uso de la fuerza ha hecho más populares a Medvedev y a Putin. Tradicionalmente los rusos a están dispuestos a sufrir una guerra si el resultado es que su país sea más temido. Para los rusos de vieja escuela, los castizos, construir la paz es sinónimo de intimidar, del mismo modo que negociar debemos traducirlo por extorsionar o ser extorsionado. Es algo enfermizo, lo sé, pero lo vienen practicando desde la invasión tártara. Por otra parte, la lamentable solución militar viene propiciada por la arrogancia de la diplomacia de EE.UU. con lo que en Rusia se ha sentido como una sucesión de humillaciones: despliegue del escudo antimisiles, reconocimiento de Kosovo, intervención política y económica en Georgia, presencia de Ucrania en la cumbre de la OTAN ... Las fricciones entre ambas potencias han vuelto a recordarnos la guerra fría; sin embargo, es muy difícil que volvamos a esos tiempos pues, aunque interesase a alguna de las partes -cosa que dudo- no existe en Occidente una ideología, estado de opinión, conjunto de prejuicios, etc. capaz de sostener y justificar prolongadamente los esfuerzos y tensiones que ocasionaría el regresar a una situación así. Una cosa era el peligro comunista, al que se podía apelar para exigir sacrificios de un segmento de los votantes; y otra bien distinta sería un antirrusismo de nuevo cuño. Este último florece vigorosamente, tras cinco décadas de mal gobierno, en Polonia, Hungría, República Checa, Ucrania -y ahora en Georgia; pero tiene pocos visos de prosperar en países que nunca han sufrido un Gosplan (plan quinquenal) o a un comisario Beria al frente de la Seguridad del Estado.
En el Cáucaso, el honor todavía exige pagar con sangre ciertos insultos y el que acaba de infligirles Rusia tiene mal arreglo; sin embargo, la misma existencia de Georgia, el que como pueblo no hayan sido barridos por iranios o turcos, debe mucho a la adhesión que la dinastía Bagrationi prestó a los zares. Por eso, abandonar la CEI y convertirse en un protectorado de Europa es una mala decisión. Ya hemos visto en la Ex-Yugoslavia la valentía de la Unión Europea. El próximo peligro al que se enfrentaran los gobernantes de la joven república georgiana serán los yihadistas abjasios y abzarios. Para ese escenario, convendrá a sus dirigentes mantener óptimas relaciones con Ankara y Moscú. Por lo que llevamos dicho, temo que los errores de cálculo del presidente Saakashvili se estén multiplicando: Su conducción de la guerra ha sorprendido al mundo. A mí, personalmente, me ha recordado los combates espontáneos del año 1992, cuando los midrioni (en georgiano: jinetes, autodenominación de los voluntarios nacionalistas) iniciaban batallas sin más justificación que un exceso de coñac y testosterona; pues ni sus mandos, ni su Estado Mayor las habían planificado. Me resultan simpáticos los georgianos, son alegres jugadores de ruleta rusa -según Lermóntov la inventaron ellos-; pero no me dejaría enredar en sus problemas, porque lo que está en liza no es la guerra fría sino El Gran Juego de Oriente Medio y Asia Central. En la fase actual de la partida, las pesadillas vienen de Irán y de los pastunes (afganos y pakistaníes), por lo tanto, sería un enorme dislate de los gobiernos occidentales facilitar una coyuntural aproximación de los nacionalistas rusos (hoy aliados, mañana nuevamente enemigos) a esa peligrosa gente.
Las fronteras de las repúblicas caucásicas las diseñó en 1922 un georgiano conocido como Stalin. Y las trazó con el único propósito de dividir hasta un máximo soportable a los pueblos autóctonos. Tan sólo así se justifica la existencia de una Alania (Osetia del Norte) separada una Osetia del Sur, de una República Igushetia distinta de Chechenia, de un Karabaj separado de Armenia, o de la inclusión de la llanura georgiana de Tsjnval en Osetia del Sur. Son fronteras, sin otra legitimidad que la astucia de un tirano y la que les proporciona dieciséis años de existencia postcomunista. Unos límites así son pasto de problemas y es probable que den algunos más en el futuro próximo. Para facilitar las cosas y que todo el mundo sepa a qué atenerse en esto de los límites fronterizos, vemos como las dos superpotencias invocan principios opuestos en los casos de Georgia y Serbia. ¡Menos mal! Ahora ya podemos valorar en su exacta medida esas nociones del Derecho Internacional que pregonan sus ministros de exteriores.
La segunda cuestión en la que me parece oportuna insistir es que el oleoducto y el gas natural son una de las razones del conflicto. Verlo en clave exclusivamente mercantil lo simplifica y falsea. Rusia ya estaba en el Cáucaso antes de que el petróleo y el gas significaran algo. Y quiere seguir estando cuando dejen de importar. No debemos olvidar que la guerra actual la ha iniciado Georgia, que llevaba meses adquiriendo armas a Israel. Tales adquisiciones no podían pasar inadvertidas a los analistas rusos, máxime cuando su conocimiento estaba al alcance, no ya de los servicios secretos, sino de cualquier lector del website Ynetnews, versión inglesa de la agencia de noticias Yedioth Ahranoth, el 27 de julio sin ir más lejos. Por lo tanto, no es de extrañar la rápida reacción del ejercito ruso y es legítimo presumir que han ejecutado un plan de operaciones que tenían redactado tiempo atrás. Por si fuera poco, el uso de la fuerza ha hecho más populares a Medvedev y a Putin. Tradicionalmente los rusos a están dispuestos a sufrir una guerra si el resultado es que su país sea más temido. Para los rusos de vieja escuela, los castizos, construir la paz es sinónimo de intimidar, del mismo modo que negociar debemos traducirlo por extorsionar o ser extorsionado. Es algo enfermizo, lo sé, pero lo vienen practicando desde la invasión tártara. Por otra parte, la lamentable solución militar viene propiciada por la arrogancia de la diplomacia de EE.UU. con lo que en Rusia se ha sentido como una sucesión de humillaciones: despliegue del escudo antimisiles, reconocimiento de Kosovo, intervención política y económica en Georgia, presencia de Ucrania en la cumbre de la OTAN ... Las fricciones entre ambas potencias han vuelto a recordarnos la guerra fría; sin embargo, es muy difícil que volvamos a esos tiempos pues, aunque interesase a alguna de las partes -cosa que dudo- no existe en Occidente una ideología, estado de opinión, conjunto de prejuicios, etc. capaz de sostener y justificar prolongadamente los esfuerzos y tensiones que ocasionaría el regresar a una situación así. Una cosa era el peligro comunista, al que se podía apelar para exigir sacrificios de un segmento de los votantes; y otra bien distinta sería un antirrusismo de nuevo cuño. Este último florece vigorosamente, tras cinco décadas de mal gobierno, en Polonia, Hungría, República Checa, Ucrania -y ahora en Georgia; pero tiene pocos visos de prosperar en países que nunca han sufrido un Gosplan (plan quinquenal) o a un comisario Beria al frente de la Seguridad del Estado.
En el Cáucaso, el honor todavía exige pagar con sangre ciertos insultos y el que acaba de infligirles Rusia tiene mal arreglo; sin embargo, la misma existencia de Georgia, el que como pueblo no hayan sido barridos por iranios o turcos, debe mucho a la adhesión que la dinastía Bagrationi prestó a los zares. Por eso, abandonar la CEI y convertirse en un protectorado de Europa es una mala decisión. Ya hemos visto en la Ex-Yugoslavia la valentía de la Unión Europea. El próximo peligro al que se enfrentaran los gobernantes de la joven república georgiana serán los yihadistas abjasios y abzarios. Para ese escenario, convendrá a sus dirigentes mantener óptimas relaciones con Ankara y Moscú. Por lo que llevamos dicho, temo que los errores de cálculo del presidente Saakashvili se estén multiplicando: Su conducción de la guerra ha sorprendido al mundo. A mí, personalmente, me ha recordado los combates espontáneos del año 1992, cuando los midrioni (en georgiano: jinetes, autodenominación de los voluntarios nacionalistas) iniciaban batallas sin más justificación que un exceso de coñac y testosterona; pues ni sus mandos, ni su Estado Mayor las habían planificado. Me resultan simpáticos los georgianos, son alegres jugadores de ruleta rusa -según Lermóntov la inventaron ellos-; pero no me dejaría enredar en sus problemas, porque lo que está en liza no es la guerra fría sino El Gran Juego de Oriente Medio y Asia Central. En la fase actual de la partida, las pesadillas vienen de Irán y de los pastunes (afganos y pakistaníes), por lo tanto, sería un enorme dislate de los gobiernos occidentales facilitar una coyuntural aproximación de los nacionalistas rusos (hoy aliados, mañana nuevamente enemigos) a esa peligrosa gente.