Treinta y dos años después de la puesta en marcha de la Constitución española de 1978, la verdad es que no veo grandes motivos para celebrar el aniversario, a no ser que fuese para pedir su reforma en los muchos aspectos en los que ha quedado obsoleta. Más bien pienso que el clima político actual ha colocado a España muy lejos del entusiasmo democrático de aquel tiempo. Y no digamos si tomamos la senda de la desvergüenza que domina el panorama o de la desgana imperante frente a la flojedad de una democracia incapaz de identificar a este país con aquellas señas, que tampoco eran las de un gran desbordamiento histórico. Lo que pediría yo, al menos, es que retornara algo de aquel entusiasmo, de aquella fe y de aquella decencia democrática. Es absurdo andarse con celebraciones si no hay un mínimo consenso para tener algo que celebrar. El escándalo de los papeles de Wikileaks, la desfachatez de los culpables del estado de alarma, la inmensa tristeza de España, la Europa y el mundo de la crisis económica, pongo por caso, dejan muy escaso margen para alegrías y efemérides.
Creo que es inaplazable un cambio radical en el devenir político, pero no por el camino de unas elecciones anticipadas, como irresponsablemente pide el PP. Un cambio por el cual se produzca un gran acuerdo, generoso y patriótico, para que todo el mundo deje a un lado sus intereses partidistas, y pase a trabajar como una piña con el Gobierno y con la sociedad española para apurar todas las vías de solución y de salida de la crisis. Un cambio que nos lleve a centrarnos en el interés del pueblo español en su conjunto y que termine con el enorme escándalo de un país sometido al dictado de los sinvergüenzas poderosos y al influjo de lo más canalla y de lo más insolidario y obsceno del panorama político y pseudocultural. Habrá lectores que pensarán que exagero o que pinto un cuadro lleno de chafarrinones, pero les pido a todos que reflexionen sosegadamente, y estoy seguro de que llegarán a parecidas conclusiones que las mías.
No podemos seguir enfangándonos más. Démonos un respiro y una esperanza.
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