Metidos en vereda, tras ser sometidos a la jurisdicción militar, los controladores aéreos están pagando con elevadísimo descrédito su altanera visión de lo que son sus derechos y privilegios laborales. Al abandonar de manera tan irresponsable como coordinada sus puestos de trabajo provocando el caos en los aeropuertos, perdieron la razón que les asistía al reclamar de AENA otro tipo de cómputo de sus horas de trabajo. El mal ya está hecho y ahora se enfrentan a sanciones que desde la perspectiva del Ministerio de Fomento están siendo estimuladas con vocación de escarmiento.
Al secuestrar a medio millón de pasajeros perdieron la razón que como trabajadores les asiste a la hora de reclamar racionalidad en el reparto de las cargas laborales. Puesto que resulta difícil imaginar que dentro de dos semanas, en puertas ya de la Navidad, pudiera reproducirse un plante como el del 3 de diciembre, parece llegada la hora de dar por concluido el estado de alarma. Una medida excepcional de esta naturaleza, aunque está en el cauce de lo previsto por la Constitución, sitúa a un país democrático en parámetros indeseables de entropía. La incertidumbre se aviene mal con la democracia. El Gobierno ha ganado esta partida y a los controladores no parece que les queden ganas de plantear otra así que cuanto antes se de oficialmente por concluido el "estado de alarma", muchísimo mejor para todos. Dejemos en paz a los militares y procuremos los civiles resolver los problemas laborales antes de que se enquisten o se desmadren.