Nochebuena

30/12/2018 - 15:29 Luis Monje Ciruelo

Moderno no soy, aunque mantengo mi capacidad crítica para distinguir entre lo tradicional heredado y las novedosas modas.

Si describiera hoy las Nochebuenas que viví durante la guerra en casa de mis abuelos, no faltaría el progre de turno que se apresuraría a calificarme de antiguo, viejo, vetusto, y otros desdeñosos calificativos, por no decir despreciativos. Y a lo mejor llevaba razón, porque es verdad que moderno no soy, aunque mantengo mi capacidad crítica para distinguir entre lo tradicional heredado y las novedosas modas que tienen más de políticas que de racionales. En estos tiempos en que algunos alcaldes, como los de Madrid, Barcelona, Cádiz, y bastantes más coinciden en llamar a las Navidades solsticio de invierno y  desvirtúan todo lo posible el sentido religioso de la Navidad en los belenes que tradicionalmente ponían los ayuntamientos, en estos tiempos, repito, Pedro Antonio de Alarcón, si viviera, no hubiese escrito aquel emotivo relato de unas navidades en familia, a finales del siglo XIX en que el niño que entonces era descubrió de pronto, al cantar su abuela un villancico, que la vida es corta, apenas un soplo, dice la Biblia, y que, por tanto, pronto alguno de sus abuelos desaparecería. A mí también me impresionó el villancico cuando lo coreamos todos en una  reunión  navideña en torno a la lumbre baja del pueblo en 1936, yo con doce años A mí también me hizo pensar, aunque no supiera entonces describir aquella emoción, el mismo villancico, cantado en mi caso por mi bisabuela Ciriaca de 84 años. El villancico decía, y dice, aunque ahora no se cante: la  Nochebuena se viene/, la Nochebuena se va/ y nosotros nos iremos/ y no volveremos más. En Pedro Antonio de Alarcón, y,  también en mí, suscitó algo así como  angustia, quizá al pensar que aquella reunión familiar de padres, hijos, tíos, primos y nietos tal vez no pudiera repetirse en más navidades, como efectivamente sucedió porque la bisabuela murió un mes después  y un nieto suyo, de 25 años ,tío mío, de 25 años, murió en marzo siguiente en el frente de la Batalla de Brihuega. La Nochebuena es para mí hoy, aparte de su significado religioso, la evocación de las muchas veces que he subido  al Pico Ocejón con el Club de Montaña para poner en vísperas de Navidad un belén en la cumbre. Algo que pude hacer hasta los 77 años y que ahora, en vísperas de cumplir 95 años, es un sueño imposible. Pero  nadie me puede impedir que lo recuerde y presuma de ello en esta columna.