Noches literarias de Sigüenza

29/09/2018 - 11:27 Javier Sanz

Vengan muchas noches literarias, José María. Salir de casa al anochecer, entrar en el histórico castillo... se agradece como el que recoge el maná. 

La cosa comenzó un 10 de marzo de 2017, con Juan Eslava Galán, y si tiene cuerda todavía, en este país, patria y sede de lo efímero, es porque José María Pérez-Reverte, a quien conocí de niño –él- en su colegio, dio con la fórmula: entorno, actualidad y bodega. Lo primero viene de mano, el “Salón del trono” del Parador de Sigüenza, que acoge en entrada libre, cosa que se agradece, a cualquiera, lástima que el tono del salón ya no sea rojo, como nació y como debería seguir pues las estancias históricas tienen su impronta y no conviene quitarla. Vamos, que han robado el rojo al Parador como quien descabezara a la Sacristía Mayor de la Catedral, y alguien debe restituirlo. La bodega cierra la noche y justifica ante los jefes este asunto romántico de los viernes: una cena tertulia con el escritor en el comedor contiguo, donde se sueltan las lenguas contenidas en el exrojo salón. El curioso se va comido y servido y al Parador le sale lo primero por lo segundo, más o menos.

Lo del medio, en el programa, es la actualidad. Me cuentan que Ramón Ongil, anterior director de comunicación de Paradores, era un hacha, con el astil bien pulido. Al parecer, la insaciable guadaña de Pedro Sánchez también ha segado esta cabeza aunque dicen y no paran que moderaba y conducía el debate con el escritor con provecho y elegancia, que es la manera de llegar a la hora convenida –es lo que dura el acto- sin rebullirte de más en la silla. En esta actualidad literaria han desfilado entre otros María Dueñas, Carmen Posadas, Sonsoles Ónega, Javier Marías, Lorenzo Silva o Federico Jiménez Losantos, que debió pegar el pelotazo con su alegato anticomunista de muchas ediciones. 

El viernes llegó Rosa Montero, escritora y columnista, de la que supimos que porta cuatro clavos en el espinazo, la mitad que uno de sus perros. Hija de banderillero, de quien aprendió el amor a los animales, vaticinó cual Aramís Fuster 30 años de futuro a la Fiesta Nacional, y se recreó principalmente en su obra “Nosotras. Historias de mujeres y algo más”, catálogo de vidas de mujeres antes que biografías (por cierto, señaladas éstas como pertenecientes al “Género literario” cuando creí de siempre, y creo, que eran propias del “Género histórico”). Fue casi una función por colleras con Marta Robles, con elogios bumerán, donde como Woody Allen en “La rosa púrpura del Cairo”, de la pantalla al patio de butacas, ahora Montero salía del papel a la tarima del Parador en carne y salto mortales. La sala la quiso mucho e hizo cola para llevarse planchado un autógrafo a su biblioteca particular. Algunos echamos en falta ese manojo de palabras bellas, hermosas y nada cursis que forman parte de la conversación habitual del escritor y van cayendo como del cielo y sin importancia. 

Vengan muchas noches literarias, José María. Salir de casa al anochecer, entrar en el histórico castillo, pasar al salón y escuchar a quienes tienen el don de la palabra, si bien con acordes distintos y algunos sonando a gloria, se agradece como el que recoge el maná. Fíjate que éste lugar, ahora Parador, fue residencia de los Obispos seguntinos. Cuánto echamos de menos aquello, el rojo del salón.