Nuevo Gobierno del mundo
06/08/2012 - 10:24
Los hombres, los pueblos, los gobiernos tienen que encontrar una nueva forma de dirigir este mundo. Hemos progresado en muchos aspectos de la vida comunitaria pero la gestión de los asuntos públicos sigue anclada en parámetros antiguos. La democracia no ha traído consigo cambio de actitudes en las formas de entender y ejercer el poder. Por todas partes se sigue identificando el poder con la corrupción. En todos los países se usa y abusa de la autoridad para enriquecerse en materia económica. Parece que lo único que se ha globalizado es el egoísmo en los diferentes ámbitos de la vida pública. Mandar significa, en la mente de muchos, la gran oportunidad de enriquecerse sin límites, sin fronteras morales ni complejos sociales. Necesitamos una profunda renovación de las estructuras de gobierno y de la función administrativa de los sistemas y de las personas a escala global para desembocar en un nuevo liderato universal.
Hay que identificar y discernir los verdaderos derechos, las auténticas necesidades, los mejores servicios, el bien de todos, los intereses comunes, las organizaciones más eficaces, las prestaciones más justas y sobre todo, hay que introducir más racionalidad en la administración como mandato y encargo de los ciudadanos. Hay que deconstruir mucho para reconstruir mucho. Estamos sometidos a multitud de convencionalismos sin consistencia y objetividad social. Y sin embargo, hay muchas otras posibilidades de reflexión y de alternativas en las organizaciones políticas. Queda mucho por revisar en la llamada epistemología social. Un primer principio de esa racionalidad es que el Estado tiene que estar allí donde se le necesita y donde no se le necesite no tiene que estar. Cuando hablamos de la subjetividad de la gestión pública nos referimos a que el Estado y su organización inciden en la vida concreta de las personas, de los ciudadanos de esa comunidad. No es algo abstracto y objetivo sino que implica experiencias personales. Los partidos quieren separar estrategias políticas y responsabilidades administrativas cuando son una misma cosa y los políticos tienen que responder penalmente de sus actuaciones administrativas.
El modelo de administración que llamamos Estado de bienestar se caracteriza por una falta de eficiencia y un exceso de burocracia. Es muy lamentable constatar que el principal problema del Estado es el Estado mismo. Tenemos demasiado aparato o monopolio del Estado. Sin embargo, actualmente hay más iniciativa y actividad política y se mueve tanto dinero en las organizaciones no gubernamentales como en los propios gobiernos. Muchas de ellas están decidiendo la forma de gobierno en otros tantos países. ¿Qué está pasando cuando la sociedad civil confía más en iniciativas privadas, proyectos sociales, instituciones benéficas y confesiones religiosas que en un Estado incontrolable y elefántico? Lo que llamamos Estado, en la teoría política occidental, es el resultado donde desemboca nuestra libertad comunitaria y no es el principio de la misma, como creen algunos. Antes que el poder está la libertad.
Tenemos que romper la conexión entre dinero y actividad política. Los centros de decisión de los gobiernos tienen que girar en torno a los grandes valores de la humanidad que son los que unen y cohesionan. El problema en el futuro de la dirección del mundo va a consistir en que los gobiernos pierden soberanía moral a favor de otras instituciones que lo adoptan como objetivo de sus estrategias y decisiones.
Hay que identificar y discernir los verdaderos derechos, las auténticas necesidades, los mejores servicios, el bien de todos, los intereses comunes, las organizaciones más eficaces, las prestaciones más justas y sobre todo, hay que introducir más racionalidad en la administración como mandato y encargo de los ciudadanos. Hay que deconstruir mucho para reconstruir mucho. Estamos sometidos a multitud de convencionalismos sin consistencia y objetividad social. Y sin embargo, hay muchas otras posibilidades de reflexión y de alternativas en las organizaciones políticas. Queda mucho por revisar en la llamada epistemología social. Un primer principio de esa racionalidad es que el Estado tiene que estar allí donde se le necesita y donde no se le necesite no tiene que estar. Cuando hablamos de la subjetividad de la gestión pública nos referimos a que el Estado y su organización inciden en la vida concreta de las personas, de los ciudadanos de esa comunidad. No es algo abstracto y objetivo sino que implica experiencias personales. Los partidos quieren separar estrategias políticas y responsabilidades administrativas cuando son una misma cosa y los políticos tienen que responder penalmente de sus actuaciones administrativas.
El modelo de administración que llamamos Estado de bienestar se caracteriza por una falta de eficiencia y un exceso de burocracia. Es muy lamentable constatar que el principal problema del Estado es el Estado mismo. Tenemos demasiado aparato o monopolio del Estado. Sin embargo, actualmente hay más iniciativa y actividad política y se mueve tanto dinero en las organizaciones no gubernamentales como en los propios gobiernos. Muchas de ellas están decidiendo la forma de gobierno en otros tantos países. ¿Qué está pasando cuando la sociedad civil confía más en iniciativas privadas, proyectos sociales, instituciones benéficas y confesiones religiosas que en un Estado incontrolable y elefántico? Lo que llamamos Estado, en la teoría política occidental, es el resultado donde desemboca nuestra libertad comunitaria y no es el principio de la misma, como creen algunos. Antes que el poder está la libertad.
Tenemos que romper la conexión entre dinero y actividad política. Los centros de decisión de los gobiernos tienen que girar en torno a los grandes valores de la humanidad que son los que unen y cohesionan. El problema en el futuro de la dirección del mundo va a consistir en que los gobiernos pierden soberanía moral a favor de otras instituciones que lo adoptan como objetivo de sus estrategias y decisiones.