Olay

29/04/2018 - 12:57 Javier Sanz

Olay es una mentira bien envasada pues anuncia lo que no puede ser "crema anti-edad".

El miércoles por la tarde se llenó de curiosos el departamento de perfumería de El Corte Inglés de mi barrio. Preguntaban por la marca Olay, “la del tarro rojo”, sí, esa “la de la dimisión”. Las dependientas no daban abasto a informar, no tanto a la venta pues el tarro se había convertido en la manzana prohibida, daba cosa tocarla. Tampoco era para tanto, no contenía una crema de esas de a millón, pero tenía morbo. A mediodía la habían promocionado en un vídeo ratonero, con un atrezo imposible, de cine de prácticas años setenta, película de cacos, sin guión. Dama elegante es pillada echando un par en el bolso, la cajera se rebela porque la señora no tiene bastante con calzar unos Prada a tono con el abrigo, unos chapines que ella no vestirá jamás porque vale el par lo que suman dos meses de pensión de las del paisano portavoz, esa por la que hay que echarse a la calle doblando el espinazo al pasar por la secretaría de la Seguridad Social, en la que manda un médico que no lo fue pero que ha resistido dos legislaturas en silencio, sin que se le pida dimisión por falsear su currículo, pues se acurrucó detrás de la mesa en vez de empezar a filtrar informes de la Ciudad de la Justicia, un ajuar con una sola flanera a precio de platino.
    El asunto es la crema Olay, un tema menor que no daría para un episodio de Tintin. Olay es una mentira bien envasada pues se anuncia como lo que no puede ser: “anti-edad”, cuando contra la edad no han podido ni los filósofos. Olay ha dado, a su pesar, un pelotazo cutre, que es el peor, algo así como las monedas de Judas, y si ha logrado el efecto que no consiguió la universidad del rey emérito, es para echar a correr desde Móstoles, el pueblo gafe pepero, sede del campus, inicio del vía crucis cifontino, helipuerto desgraciado de la condesa y su jefe. Olay tiene un problema difícil: qué hacer con los tarros rojos, cesar la producción o meterlos debajo de la mesa del secretario de estado de la SS, ecosistema en el que resiste todo lo que alberga, basta darle tiempo. De momento las lomanas andan cortando rodajitas de pepino para parchearse el rostro, remedio infalible y tan anti-edad como los demás. Lo que sea, todo antes de que te pasen el código de barras por el lector y cante los 44 euros, el precio de una cabeza republicana aunque de derechas servida en bandeja de plata, donde todavía susurra polisílabos como “linchamiento”.