
Óvila, el “Ciudadano Kane” y Layna Serrano
“Transcurridos 65 años desde la fundación de Óvila, se instauró otra abadía cisterciense en la provincia, la de Buenafuente del Sistal”.
Este año hará noventa que se inició el lamentable y humillante expolio del monasterio de Óvila tras su venta al hispanista norteamericano Arthur Byne, por el ridículo precio de 3.130 pesetas, aunque este después revenderíalaabadía cisterciense alcarreña, por 55.000 dólares,al magnate de la prensa, también estadounidense, William Randolph Hearst, en quien el gran cineasta Orson Welles se inspiró para construir el guion de su mítica película, “Ciudadano Kane”, considerada como una de las mejores de la historia del cine. Entre 1930 y 1931, las augustas y pluriseculares piedras del monasterio de Óvila fueron desmontadas y después trasladadas, desde el puerto de Valencia hasta el de San Francisco, por orden y a costa de Hearst, que tenía el megalómano sueño de construirun lujoso complejo palaciego en su rancho californiano con piedras y objetos de arte procedentes de históricos edificios europeos que varios marchantes, entre ellos Byne, le andaban buscando y comprando en el viejo continente.
En el primer tercio del siglo XX no solo fue expoliado Óvila, sino que igualmente se vendieron a precio de saldo otros monumentos históricos españoles para ser desmontados y trasladados a Estados Unidos como, por ejemplo, el también monasterio cisterciense de Sacramenia (Segovia),el patio renacentista del castillo de Vélez Blanco (Almería), la iglesia románica de San Martín, de Fuentidueña (Segovia), y el patio del palacio de Ayamans (Palma de Mallorca) – también fue Hearst su expoliador- permitiendo los sucesivos gobiernos del Estado de la época, con absoluta laxitud, que se practicara con fruición el “elginismo”, un término acuñado por el gran poeta romántico inglés, Lord Byron, cuando denunció el expolio artístico que el Conde de Elgin hizo del Partenón y otros monumentos griegos al comprarlos, desmontarlos y trasladarlos a Londres.
Óvila se localiza en plena Alcarria Alta, en el antiguo término municipal de Sotoca de Tajo, actual barrio de Cifuentes, a cinco kilómetros de distancia de Trillo, en una amplia planicie situada en la margen derecha del río Tajo. El monasterio, que inicialmente tomó el nombre de Santa María de Murel para después y ya definitivamente llamarse de Santa María de Óvila, es una de las cuatro abadías que la orden del Císter fundó, entre los siglos XII y XIII, en lo que desde 1833 es el territorio de la provincia de Guadalajara. Óvila fue, exactamente, la tercera fundación en estas tierras de la orden monástica reformada e impulsada por Bernardo de Claraval, que tanto contribuyó en el desarrollo del estilo románico tardío en la arquitectura y, sobre todo, en su evolución hacia el gótico. La fundación de Óvila data de 1181, cuarenta años después de que se fundara el Monasterio de Monsalud, junto a Córcoles, y apenas diecisiete más tarde de que lo hiciera el de Bonaval, cerca de Retiendas, que después de muchos años de abandono, olvido y ruina, parece que por fin va a invertirse algo en él, al menos para consolidar aquella.
Transcurridos 65 años desde la fundación de Óvila, se instauró otra abadía cisterciense en la provincia, la de Buenafuente del Sistal, situada en el entorno del Alto Tajo, en el término de Olmeda de Cobeta, que es la única en la que se ha mantenido la vida conventualhasta la actualidadde forma ininterrumpida. Hubo una quinta fundación cisterciense en la provincia que, incluso, fue la primera de todas, aunque de ella apenas se conservan unos sillares; se tratadel antiguo Monasterio del Real Sitio de Santuy, en Bocígano, pedanía de El Cardoso de la Sierra.
Desde finales del siglo XII en que se fundóÓvila, hasta el primer tercio del siglo XX en que, como ya hemos adelantado, sufrió el expolio impune del magnate americano, Hearst/Kane, fueron muchos los avatares vividos en el tiempo por el monasterio de Óvila, de los que nos detendremos en algunos que, como es habitual, caminan entre la historia y la leyenda. De lo que no cabe duda ni interpretación alguna esdel bello entorno paisajístico en el que se enclava, elegido con extraordinario tino por aquellos monjes medievales que, procedentes de Valbuena de Duero, buscaron junto al Tajo, un paraje de naturaleza plena y calmada, como el que ofrece este rincón alcarreño, que favoreciera su recogimiento, su filosofía ascética y su vida monacal.
Si Hearst dio la definitiva puntilla a Óvila con su devastador expolio, en el que trabajaron más de un centenar de obreros y se precisaron once barcos para trasladar el material pétreo desmontado a Estados Unidos, la Desamortización de Mendizábal, como en tantos y tantos casos, asestó un golpe de muerte a la comunidad de monjes que lo había habitado desde 1186, cinco años después de su fundación por Alfonso VIII. Fue, exactamente, el 12 de agosto de 1835 cuando se disolvió la mínima comunidad de frailes que aún residía en el monasterio, cerrando definitivamente sus puertas dos meses después su último abad, llamado Cayetano Fiz de Gayoso. FueAntonio Ardiz quien compró la finca de Óvila tras su desamortización y el último propietario del coto que se reservó en ella era Fernando Beloso quien, como ya hemos adelantado, la vendió en 1927 a Byne por poco más de 3000 pesetas. Ocho siglos de vida monacal, historia y arte a precio de saldo.
Como muy bien ha detallado en varios trabajos José Miguel Merino de Cáceres, arquitecto y profesor de Historia de la Arquitectura y gran especialista en el estudio de expolios artísticos,a mediados de diciembre de 1930, tres años después de que Byne adquiriera Óvila y luego lo revendiera a Hearst, se iniciaron los trabajos de desmontaje, que se prolongaron hasta el 1 de julio de 1931, ya en tiempos de la República, cuyo gobierno, un mes antes, había declarado el monasterio como “Monumento Nacional”. Fue determinante para que se produjera esta declaración y el final dela expoliación la denuncia pública y la batalla política y jurídica que dio al respecto el que después fuera gran Cronista Provincial, Francisco Layna Serrano, que fue testigo directo de la demolición y desmontaje del cenobio cisterciense dada la proximidad de éste con Ruguilla, el pueblo en el que creció y moceó tras haber nacido en Luzón. “Hic fuitÓvila” (aquí estuvo Óvila) fue el expresivo epitafio que Layna dedicó al monasterio cuando comprobó el estado de ruina en que lo estaban dejando los obreros mandatados por Hearst y cuyos picos y piquetas se ensañaron, sobre todo, con el claustro, la sala capitular y el refectorio. El expolio de Óvila acercó, definitivamente, a Layna al mundo de la investigación, el estudio y la divulgación de la historia y el arte provinciales pues, de hecho, en 1932 publicó su primer libro en este ámbito, titulado “El Monasterio de Óvila”. Precisamente la imagen que acompaña este artículo fue tomada por el propio Layna Serrano y pertenece a su fondo fotográfico, que custodia el CEFIHGU de la Diputación de Guadalajara.
Por diversos avatares, las venerables piedras de Óvila trasladadas a América no llegaron nunca a volverse a montar para formar parte del espurio, ecléctico y delirante complejo palaciego que Hearst pretendía construir en su finca californiana. Esas piedras, que ocupaban una extensión de 3000 metros cuadrados, permanecieron muchos años en unos almacenes portuarios y hasta sufrieron varios incendios, uno de ellos especialmente devastador, en 1959. Partes de Óvila están ahora en el Museo de la Universidad de San Francisco y en la Abadía de New Clarvaux, en Viña, al norte de San Francisco.
Lo que nadie podrá comprar jamás, ni por todo el oro del mundo, es ese paisaje alcarreñísimo en el que se integra lo que queda de Óvila, conformado por un valle sacado a tajo a la meseta, precisamente, por el Tajo, dominado desde el sur por la altura de las singulares Tetas de Viana y por las sierras reñidas de la Solana y la Umbría; y, desde el norte, por la Cuesta del Hoyo y el Cerrazo, los oteros que, junto con Oter, otean el Tajo cuando deja de ser alto, o empieza a serlo, en Valtablado. Del Río, claro.