Pactar o no pactar
26/01/2011 - 00:00
El maratón de las pensiones sigue avanzando al parecer hacia el consenso, con los tira y afloja propios de las negociaciones que en vez de dividendos reparten sacrificios. Malo sería que no se lograse tanto para la credibilidad de los sindicatos pero más todavía para la del Gobierno. La obligación del Gobierno de seguir adelante aunque sea en solitario ya no la discute nadie, la reforma -a la baja - de la edad y las condiciones para acceder en el futuro a una pensión pública en nuestro país es uno de los compromisos internacionales que Zapatero adquirió (o le impusieron) y que no puede no cumplir sin que la marca España se acabe de ir a pique; pero igual de evidente es que el apoyo de los grandes sindicatos haría más digerible y menos conflictivo el mal trago.
En este sentido, creo que hay que alegrarse de que el Gobierno haya optado por seguir el consejo del portavoz de economía del PNV en el Congreso, Pedro Azpiazu, de no confundir el objetivo a lograr, que en este caso no es otro que la vialidad del sistema, con los instrumentos para conseguirlo. Es lo que habría sucedido de encastillarse el Gobierno, si o sí, en elevar por ley la edad legal de jubilación hasta los 67 años y a 41 el periodo de cotización para tener acceso a la pensión íntegra. Siempre hay varios caminos para llegar a un mismo punto cuando la voluntad política acompaña, y por suerte parece que esta vez acompaña.
La horquilla de tres o cuatro años que la vicepresidenta de economía Salgado "le ha concedido" a los sindicatos me parece un acierto político, pues no pone en peligro, según los expertos, el objetivo de la viabilidad, y da una salida airosa a los representantes de los trabajadores ante "su público". También ellos, no solo el Gobierno, son corresponsables del éxito de la operación, y lo serían de su fracaso. Que la reformas imprescindibles se salden con la menor cantidad daños colaterales sobre los derechos de los trabajadores es la función social del sindicalismo democrático; pero también lo es reducir a la mínima expresión las tensiones evitables. Todos sabemos que aunque las pensiones de hoy están garantizadas, la reforma va tarde y toca correr por solidaridad, para que no quiebre a medio plazo el que - para mí, que estoy rodeada de gente muy mayor - es el más necesario de los pilares clásicos del Estado de Bienestar: esa pensión pública garantizada por ley, más grande o más modesta, pero que ayuda a afrontar con dignidad los gastos del tramo más comprometido de la vida, el último, la vejez, cuando estamos más débiles y nos vamos quedando más solos