Panga

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

LA COLUMNA
RAFAEL TORRES, PERIODISTA
“El panga, viene a decir la oposición gallega, es un producto cochambroso e infame que no debe darse a los niños. ”
De él podría sospecharse empezando por su propio nombre: panga. No parece, ciertamente, nombre de pescado, sino de danzón africano, de bollo industrial, de braguita o de instrumento musical de Los Andes, nada que ver, en todo caso, con la eufonía de la merluza y del rodaballo, con la alegre sonoridad del jurel, con la elegante austeridad del mero, ni, siquiera, con el barroquismo conceptual del congrio. Sin embargo, sí se trata de un pez, concretamente de uno que se cría en los fangos de Asia, aunque a los niños les gusta mucho porque a ellos no se lo parece puesto que lo expenden sin raspa, sin espinas, y sabe a cualquier cosa menos a pescado, que los niños aborrecen.
Por esa razón, en los colegios y en las guarderías cubren el expediente de dar pescado de vez en cuando a los niños dándoles panga, que además es barato, y por ahí es por donde el PP de Galicia ha encontrado tema para meterse con la Xunta, ramo alimentación y consumo. El panga, viene a decir la oposición gallega, es un producto cochambroso e infame que no debe darse a los niños bajo ningún concepto.
Pero no es el PP de Núñez Feijoo el único que demoniza al panga, sino que, por la competencia brutal que hace a los pescados nacionales, son varios los gobiernos que lo tienen incluido en su Eje del Mal. De estas cosas, bien es verdad, no debe uno fiarse, que no son demasiado lejanos los tiempos en que aquí se criminalizaba ¡el aceite de oliva! y la carne de cerdo porque a alguien le convenía vender soja, o girasol, o pollo, o ternera. Eso es verdad, pero no lo es menos que el instinto, apoyándose en su auxiliares la vista, el gusto, el tacto y el sentido común, sugiere que el panga es, cuando menos, una birria alimentaria. Ese color a nada, ese sabor a todo, esa textura untuosa y gelatinosa no inducen a crear una buena opinión del panga, independientemente de la toxicidad que sus debeladores, por motivos económicos o políticos, le atribuyen. Pero ahora a ver quién les dice a los niños que coman caballa.