Paro y economía sumergida
Con la tasa de paro más alta desde 1997, nada menos que el 21,29 por ciento, comenzar la batalla contra la economía sumergida es seguramente -ciertamente- un deber, pero a la vez puede ser también un riesgo para la supervivencia diaria de muchos de esos casi cinco millones de ciudadanos parados. Porque este clima de paz social con estos datos oficiales, no puede mantenerse sin una vía de escape que alivie tensión semejante. Y aquí parece que hay dos factores fundamentales: por una parte la ya tantas veces mencionada cohesión familiar y por otra, me temo, el discreto funcionamiento de la economía sumergida que es tan insolidaria y tan injusta como realmente parece pero que puede resultar tan salvadora en ocasiones como tantas veces se ha demostrado en el devenir económico de Italia.
Ya sé que no es un ejemplo a seguir, pero mientras llueve tanto como está lloviendo, quizás no sea la mejor receta perseguir las gabardinas que esconden las vergüenzas. Y la inflación subiendo. Que conste que esto no puede ser un alegato que invite a hacer la vista gorda frente a ese ejemplo de insolidaridad que es la economía sumergida. Pero los hechos son los hechos y sin ninguna cifra que me avale, estoy seguro de que no pocos parados viven, mal que bien, de lo que va saliendo. Otra cosa es convertir este tipo de "negocio" en una práctica habitual por empresarios o trabajadores, cosa, naturalmente reprobable y perseguible. Pero lo que aun está por ver es cómo se puede hacer. Porque tal vez no sea tan sencillo como parece seguir el rastro de los no "ivas" a pequeña escala y/o castigar los grandes fraudes como realmente se merecen. Y lo que sería de verdad importante es que las administraciones predicaran con el ejemplo pagando, por ejemplo, en tiempo legal y limpiando de corruptos sus filas en lugar de enfrentarse en la vergonzosa competición de que yo tengo menos que tú. ...
El pasado miércoles me senté frente al televisor para ver el espectáculo de un Madrid-Barca en Champions. Y el espectáculo no me gustó nada. Me sorprendió la agresividad con la que se trataron jugadores que después comparten camiseta en la selección, las tanganas que se organizaron cada vez que se pitaba una jugada polémica, el impropio juego de engaños con el que algunos jugadores pretendían llevar al árbitro al error y, como colofón, las explicaciones del derrotado Mourinho construyendo una teoría de la conspiración en torno a los errores arbitrales, que seguramente los tuvo, obviando la racanería con la que su equipo había afrontado un encuentro tan trascendental. Después nos quejaremos de la telebasura, pero la dosis del género que brindaron los dos equipos a cientos de millones de personas no es nada desechable.
Pero seríamos un poco injustos si desde los medios sólo cargamos las culpas sobre el otro sin hacer autocrítica. Y algún día tendremos que reflexionar sobre el grado de complicidad con el que participamos en espectáculos tan bochornosos, calentando los partidos hasta la saciedad, prestando altavoz a los improperios, sacralizando tonterías tabernarias en grandes titulares, sosteniendo debates inducidos y tramposos, endiosando a personajes que exhiben actitudes tan raquíticas. Puede que el árbitro se equivocase al expulsar a Pepe y cometiese una injusticia al dejar al Real Madrid con 10 jugadores. Todo es discutible. Pero cuando un jugador como Messi marca un gol después de dejar sentados a cuatro defensas y supera a un inmenso portero como Casillas -cinco jugadores, la mitad del equipo- señalar al juez sin echar un vistazo al jefe del banquillo resulta obsceno. El fútbol no es así, aunque algunos se empeñen y, a veces, nos arrastren.