
Partidos prescindibles
La democracia de partidos era como decir, vamos a unirnos todos para conseguir juntos aquellos fines o aspiraciones que son comunes a todos.
Después de unos años de euforia social por la estrecha vinculación entre partidos y desarrollo de la democracia en Europa (gracias sobre todo a los ejemplos de los grandes maestros de ella) ahora nos damos cuenta o nos despertamos con que se puede llegar y convencer a un pueblo sin el aparato, sin la liturgia, sin la parafernalia de los partidos políticos. Es lo que siempre hemos defendido desde aquí, a saber, sin partidos no hay democracia pero no sólo con ellos. “Non solum sed etiam” que diría el clásico. Una cosa es la soberanía popular, la voluntad general expresada y manifestada por el pueblo y otra cosa muy distinta la fórmula operativa, organizada y concreta de la misma, según cada momento. Democracia de situación, la hemos llamado. El entusiasmo por los partidos ha pasado.
Cada vez es más inmediata la relación entre la conciencia ciudadana con el bien común sin esperar a las mediaciones tergiversadas, interesadas o mediatizados por los partidos. Esto no tiene nada que ver con la democracia directa o asamblearia sino con la percepción directa (ahora sí) que el ciudadanos hace de los bienes y valores comunes. Con ello no estamos negando la existencia de los partidos sino que estamos propiciando unos partidos más democráticos, honestos y coherentes. Se trata de escuchar más a los electores que a los militantes. Estos últimos no forman los partidos.
Todavía es muy pronto para dar por muertos y celebrar el funeral de ciertos partidos políticos, otrora hegemónicos, que han usado y abusado del poder en los últimos años. Los que vengan a sustituirles serán iguales. Veamos el itinerario antropológico de los partidos. Desde siempre la mentalidad de los hombres está impregnada de individualismo. La felicidad y el bienestar personal eran las mayores metas a alcanzar por el ser humano. La democracia de partidos era como decir, vamos a unirnos todos para conseguir juntos aquellos fines o aspiraciones que son comunes a todos. Por tanto vamos a crear instituciones comunes como son la familia, la patria, la escuela, la Iglesia, para satisfacer necesidades comunes. Pero todo eso, por muchos motivos, ha perdido fuerza y atractivo en nuestro tiempo. Para recuperarlas, se ha recurrido a sistemas de intereses: aquellos que tienen los mismos intereses forman un mismo partido (que también son instituciones) que defiendan los intereses generales, cada vez menos generales y más intereses privados. A partir de ahí, los partidos se definen menos por la unión y más por los intereses, las opiniones, el poder, el dinero, la diferencia, la influencia, los cargos, el egoísmo y la ambición. Han perdido influencia en la sociedad y en la formación de la conciencia social. La pertenencia a alguno de ellos ya no es garantía de mentalidad, de fidelidad, de preferencia o de adhesión a la hora de la elección.