Pasión política

12/06/2012 - 00:00 Jesús Fernández


  Existen multitud de comportamientos en política o de los políticos que no se explican por las normas establecidas por la democracia sino que obedecen a la más pura expresión de las pasiones humanas. Hablamos con orgullo de un Estado de derecho pero lo que estamos construyendo es un Estado inmoral, corrupto y desmantelando los principios de conducta honesta, trasparente y ejemplar reguladora de las conductas de los hombres públicos.

  El mundo de la economía, de la gestión financiera, de la empresa está siendo conmocionado por episodios de corrupción que arruinan el prestigio de una sociedad y están matando las esperanzas de una regeneración moral. En política, como en economía, hemos perdido una entera generación de jóvenes para la democracia. Se ha extendido actualmente una cultura de la sospecha y tendemos a identificar la actividad política como un producto de lo irracional, de las pasiones y de los instintos del hombre. Maquiavelo no ha muerto y todos llevamos dentro un príncipe gobernante que se expresa en términos de poder. Siempre nos queda Platón.

  En la historia de las naciones, el realismo es más fuerte que la utopía y la distancia que hay entre cómo se gobierna y cómo se debería gobernar es muy grande. Luego está la negación moral de la política. Muchos creen que el bien es enemigo del poder y que es incompatible con el mandar y gobernar una nación. La apariencia y el engaño es la esencia de la estrategia en el ejercicio del poder. Es el ejercicio de la bestia, la zorra y el león que llevamos dentro. En política no se puede hablar de vocación sino de interés y de pasión. Está, en primer lugar, el egoísmo. La motivación política que hoy practicamos es como la de siempre.

  El concepto y la atracción del poder es el mismo. Estamos en el neolítico. Hemos disfrazado el ansia de poder bajo la categoría de libertad y de democracia pero es el mismo afán de dominar y de mandar para engrandecer nuestro yo. Esta es la sociobiología del poder. No somos nosotros los que dirigimos el sentimiento político sino que es él quien nos arrastra a nosotros.

  Es triste que el destino de la política sea satisfacer o reflejar las pasiones humanas. No habrá futuro de la humanidad mientras que el ciudadano en general y el gobernante en particular, no quiera reconocer las verdaderas intenciones que le llevan al protagonismo y a la participación en la vida pública. Viejas estrategias y vicios arraigados como engaños, simulaciones, promesas no cumplidas, ocultaciones, ya no sirven. Estamos viendo a dónde nos conduce tanto orgullo de poder. La política y la democracia tienen que obedecer a los valores humanos de transparencia, solidaridad, honestidad y ejemplaridad. La otra pasión inspiradora de la acción o de la intervención en política es la codicia.

  La fascinación del dinero va unida a la del poder. Ambos desencadenan una fuerza en el ser humano que arrastra y puede conducir a nuestra civilización a un desastre, como ha sucedido históricamente. Los dos suponen, igualmente, una transmutación de valores pues sustituyen a otras cualidades y actitudes de la vida humana. Ante esta invectiva, la sociedad actual y democrática se siente indefensa. No hay muros de contención, ni hay espigones morales o jurídicos en tierra firme para detener esta ola de abusos y corrupción. Para muchos, el último recurso es la impotencia y la resignación. Pero eso no es la democracia.