Persona, propiedad y democracia

31/01/2014 - 23:00 Jesús Fernández

Del mismo modo que la persona y la libertad son dignas del mayor respeto por parte de los particulares y del Estado, también la propiedad privada es algo inviolable. En los modos y sistemas democráticos actuales se producen muchas agresiones y violaciones del principio y del derecho de propiedad. No se respeta a las personas ni a sus bienes. Existen muchos desprecios, atropellos de la dignidad humana que llevan consigo la destrucción o privación de los bienes personales. Sin propiedad privada no hay dignidad ni libertad en la vida. El discurso político dirigido a nuestros jóvenes debe contener la idea de que libertad y propiedad merecen la misma consideración y están en el mismo nivel de dignidad y que la reivindicación de una no puede hacerse a costa de la otra. Son conceptos intercambiables e irreducibles pero no separables. Del mismo modo que nuestra Constitución protege las libertades individuales, también defiende los bienes personales. Ambas cosas adquieren el rango de derechos. La idea de una dependencia causal entre libertad y propiedad es esencial para entender la democracia. Por eso, los mismos controles y limitaciones que tiene el ejercicio de la libertad lo tiene también el principio de propiedad pero igualmente exige el mismo respeto. Son dos realidades que no pueden chocar en una democracia. En cambio, el comunismo y la socialdemocracia marxista son otra cosa, es decir, totalitarismo contra las personas y contra las propiedades. Con la erosión o la desaparición de la propiedad se extingue también la libertad personal. Alentar una política de campo abierto o tierra quemada es muy peligroso. No podemos trasladar a las ciudades los modos de ocupación de fincas o terrenos al estilo decimonónico. La revolución agrícola o campesina no puede convertirse en una revolución urbana de los intelectuales de guante blanco y burgueses por encargo. Porque también los que arrasan la propiedad ajena son propietarios y guardan sus propios bienes como intocables. No les ponen a disposición de los pobres que defienden. No comienzan la revolución social desprendiéndose de lo que tienen. Viven muy confortablemente. El protagonismo de la democracia tiene que estar por encima del protagonismo de la revolución. ¿Cuántos de los que aplauden con entusiasmo a los protagonistas o héroes de desórdenes y revoluciones populistas estarían dispuestos a encabezar un gesto o proyecto de renuncia a sus posesiones? No ha llegado a nuestra democracia la revolución del corazón sino sólo el discurso demagógico. Vivir y pensar como rico y manifestarse como pobre y con los pobres. Esa es la gran paradoja que no permite avanzar en valores a nuestra sociedad. Solamente la defensa de la propiedad privada para todos puede terminar con la fractura social existente que amenaza con el equilibrio y la estabilidad de nuestra sociedad. Son muchos ciudadanos los que miden la calidad y altura de una democracia, en los diferentes continentes, por el respeto que cada Estado muestre y demuestre hacia los poseedores de bienes temporales, hacia su garantía y seguridad tanto jurídica como real. Todos los Estados se llamen o no socialistas que practiquen una política contraria a la propiedad privada o a la libertad de mercado, están dañando más a la clase débil y vulnerable que, paradójicamente, quieren proteger. Del mismo modo que aquellos poderes que no defienden la libertad para todos, están perjudicando más a los que carecen de ella. La pobreza no se combate terminando con la riqueza igual que la libertad no se defiende suprimiéndola.