Pertenencia y dependencia

14/01/2019 - 18:50 Jesús Fernández

 La mecánica social y el manual asociado les dice que  los objetivos de los partidos políticos  se consiguen sólo  a base de presión y reivindicación violenta en la calle.

No acabo de entender cómo la pertenencia crea una dependencia y esta conduce a la violencia en los partidos. Como filósofo, yo entendía  la violencia tradicionalmente, y la explicaba al estilo freudiano, como un impulso, como una pulsión que lleva el hombre dentro y le  empuja a ese  hombre a sembrar la destrucción y el caos, sintiendo placer en ello. Era el “zanatos” al lado del “eros” como dos instintos innatos en el ser humano. Sin embargo, en la época moderna, callejera y revolucionaria, la violencia tiene otras explicaciones. Como ingenieros de la sociedad, contemplan a los grupos como colectivos de fuerza. La mecánica social y el manual asociado les dice que  los objetivos de los partidos políticos  se consiguen sólo  a base de presión y reivindicación violenta en la calle. Cuánto más destrucción, vandalismo y  rapiña, más fuerte es la presión y más efecto hará en aquellos  responsables de la decisión. Ellos son el pueblo indignado que clama por una paz justa, sembrando guerra. La indignación ha cambiado de sentido y ahora se dirige contra ellos.

¿Y las ideologías? Estos grupos revolucionarios no la tienen. Son las famosas ideologías  sin ideología. Ella ha sido sustituida por los llamados intereses comunes. Que tampoco son intereses y menos comunes. Pero volvamos al hombre. Hay cerveza y hay espuma. Cuando la espuma crece no crece la cerveza y cuando la espuma termina queda el hombre sólo, a la intemperie. Yo me pegunto ¿qué le lleva a un hombre o a una mujer a entender su pertenencia a un partido como dependencia? Ellos son la esclavitud moderna. ¿Se han preguntado para quién trabajan, quién es su amo, a quién sirven, quién les paga, por quién arriesgan la vida, la integridad, las horas, la familia? Ellos, que rechazan la esclavitud del capitalismo tradicional consistente en convertir al hombre en mercancía, aceptan esta otra esclavitud de sus jefes políticos, dueños de sus sudores, beneficiarios de sus éxitos. Ya lo hemos dicho otras veces: cuando los elefantes se pelean, la que pierde es la hierba. Sus jefes, sentados en sus poltronas y despacho, no se molestan ni arriesgan nada.

¿Qué le lleva a un espíritu humano, libre, a esta dependencia, a este fervor en la lucha política? Ni ideas ni ideales coincidentes.  Son como jornaleros de grupos. Les contrata cualquiera en la plaza y se venden al mejor postor que les lleve al tajo por unas lentejas, por unas migajas para llevarse a la boca. Los intereses y el fervor, igual que vienen, se van. No merece la pena dar la vida por unos ideales falsos e interesados.¿Qué les han prometido? ¿Qué esperan recibir? ¿Van a ocupar altos cargos o puestos en la organización? ¿Van a mejorar sus sueldos? ¿Van a cobrar en especie? Ciertamente, algunos han comenzado  pegando carteles y han llegado a ministros del Reino. Ninguna idea es tan revolucionaria que merezca la pena hacer esa revolución tan sangrienta por ella.