Piedras vírgenes

12/01/2019 - 11:46 Antonio Yagüe

Todavía se observan desde el aire paredes secas vírgenes, desafiando el paso del tiempo.

El reconocimiento del “arte de construir muros de piedra seca” llega tarde a la España abandonada. Como casi todo. Pero algo tan aparentemente sencillo y simple como hacer pared sin usar otros materiales que piedra y tierra, ya es un “bien cultural inmaterial de la Humanidad” en nueve comunidades autónomas y en nuestra comarca.

  Los expertos de la ONU elogian “estas estructuras”: no hacen daño al medio ambiente y son “un ejemplo de relación equilibrada entre el ser humano y la naturaleza”. Desempeñan, valoran, un papel esencial en la prevención de corrimientos de tierras, inundaciones y avalanchas. También contribuyen a luchar contra la erosión y la desertificación, a mejorar la biodiversidad y a crear condiciones microclimáticas propicias para la agricultura.

A pesar de la invasión de la naturaleza y de obras descomunales, todavía se observan desde el aire paredes secas vírgenes, desafiando el paso del tiempo. Se descuelgan por barrancos, perfilan  horizontes, trepan por las pendientes, ponen límites al horizonte, flanquean caminos y parcelan el territorio. Conforman un paisaje espectacular, levantado piedra a piedra por los brazos de miles de hombres durante un trabajo de siglos. Millares de kilómetros de humildes muros -”cerradas” en el habla de nuestra zona- hechos para proteger los sembrados y al ganado. Y de bancales para suavizar las pendientes y arrancar pequeñas parcelas de suelo cultivable a un paisaje pedregoso y estéril.

Todavía huele el poeta que llevamos dentro a sudor rancio, manos curtidas, camisas embarradas, dedos machacados y picaduras de escorpión y víboras. El trabajo, entonces de supervivencia, para “matar el hambre” y sacar adelante a sus familias, se contempla  con asombro como patrimonio cultural y etnográfico, museo al aire libre y homenaje a las duras condiciones de vida de entonces, a la belleza estética y al ingenio de un pueblo “analfabeto”.

De niño admiraba el manejo certero de esta técnica manual, sin más instrumentos que acaso un cesto terrero, un mazo y un mandil para salvaguardar los raidos pantalones. En mi pueblo y entonces,  pocos como el tío Hermógenes en el magistral arte de casar piedras y cantos. De mayor, me han asombrado los corrales de barda y paredones. Algunos en Calmarza conforman moles ciclópeas que recuerdan a las incaicas del Perú. Vestigios de antecesores y parientes más duros que la propia piedra.