Pies de Barro


La siguiente afirmación no les va a sorprender ni escandalizar, es más, les va a ratificar su principal pensamiento no escrito: “Este país está gobernado por una auténtica caterva de ineptos”. A la publicación de este artículo, habrán pasado 10 días completos desde que la DANA (la Gota Fría de toda la vida) arrasara el litoral valenciano, siendo este el episodio de mayor desastre natural de la historia reciente de España. Las cifras han sido dantescas con casi 500 litros por metro cuadrado de precipitaciones (llovió en un día lo mismo que en Londres en todo un año) y sobre todo con caudales que superan toda lógica. Por ejemplo, el barranco del Poyo tuvo hasta 2.283 metros cúbicos por segundo, es decir 87 veces el Segura o 4 veces el Ebro. Esta plétora ha destrozado todas las poblaciones en torno al Plan Sur de Valencia y a lo largo de casi 200 kilómetros solo se puede encontrar devastación, dejando una fotografía más similar a una zona de conflicto bélico o a un anuncio motivacional de una ONG que quiere apoyar a un país subdesarrollado. Nada más lejos de la realidad. Los hasta hoy 218 fallecidos, los gritos desgarrados del pueblo, la imagen de nuestros gobernantes y el sentir del resto de esa Españita perpleja y solidaria nos dan un sopapo de realidad. España es un país del tercer mundo. Nos envaramos de decir que somos un país comprometido por los demás y nos quedamos afónicos diciendo que somos la mejor nación del mundo cuando al final estamos dirigidos con unos inútiles que solo están pendientes de su propia imagen o de su propio rédito político. Mamá, ya sé que no quieres que me exprese así, pero me sale de las entrañas. Vaya panda de hijos de la gran puta. 

En estos últimos días no hay nada más desgarrador que escuchar a los afectados narrando cómo han perdido a sus familiares, sus pertenencias, sus recuerdos o sus trabajos mientras estaban esperando que el Estado, en cualquiera de sus formas, pueda atender a sus preocupaciones inmediatas de supervivencia. Cuando hay cientos de miles de personas con necesidades básicas sin cubrir (la propia vida, alimentación, salud...) y observan cómo su propio país y sus dirigentes no dedican todos los esfuerzos al alcance (¡todos!) para dar lo mínimo de lo mínimo. Tan solo un tsunami de solidaridad de vecinos, ciudadanos y anónimos desde todas las partes de España ha servido para paliar, al menos durante las horas más duras, el llanto y el dolor de los valencianos. Entre medias, un presidente valenciano absolutamente desbordado por las circunstancias para poder ponerse la medalla de que él podía con ello y al otro lado un presidente nacional que quería echarle los muertos a la cara a su homólogo regional. Un inútil y un soberbio. Los muertos no entienden de colores ni de partidos políticos. Cuando cae la lluvia, moja a todos por igual, no hay izquierdas ni derechas. El agua cae de arriba a abajo. Se nos ha olvidado que las instituciones tienen recursos para servir y que si no son capaces de cumplir su función, es que no sirven para su finalidad. Somos un estado fallido.

Entre las lágrimas de la Reina Letizia, las botas impolutas de Pedro Sánchez, el chaleco rojo de Mazón o los gritos de desesperación de Paiporta, destaca el color del barro que ha teñido nuestro país. Un lodo que ha colapsado no solo el saneamiento de la comunidad valenciana sino también un fango (el de verdad) que ha saturado nuestra percepción sobre los pilares del Estado. Este país, España, que se ha enorgullecido siempre de quien es y de su posición en el mundo, no ha estado a la altura. Solamente el pueblo, siempre al lado de los suyos, ha sacado los haraganes y escobas a la calle para limpiar un horror que las retinas tardarán tiempo en olvidar. Pueblo salva a pueblo. España, en su momento éramos un gigante, ahora tan solo tenemos los pies de barro. Eso si, mamá y perdona otra vez. Somos un antiguo gigante con pies de barro gobernado por auténticos fills de puta.