Poder insostenible

20/07/2012 - 00:00 Jesús Fernández




La democracia tiene que ver con la libertad, pero también con el reaparto del poder y con la distribución de la riqueza. Del mismo modo que todos aspiramos a ser libres, todos quieren mandar, todos quieren tener su cuota de poder, sus estructuras de influencia en la sociedad, sus aparatos de intervención y determinación de la voluntad de los demás. Existe mucho poder, demasiado poder en la sociedad actual y poco servicio. Sostener el poder requiere muchos recursos económicos y hemos llegado a una situación en que tanto poder es insostenible. No podemos mantener tantos centros, organismo, personas con poder. Todas las reformas que se intentan introducir en el terreno económico se detienen cuando llega el momento de reformar o recortar el poder político. Nadie quiere perderlo. Hay que hacer una reflexión muy profunda sobre las formas de gobierno en la actualidad. En los tiempos tan convulsos y de escasez en que vivimos, es muy necesario llevar niveles de racionalidad a

  la política, al arte de gobernar qe decían los clásicos. No salimos del esquema histórico y crítico de las relaciones entre el poder y la economía. Es decir, se quiere poder para ser más rico y se quiere la riqueza para ser más poderosos. Cada uno tiene el poder que le da la posesión. Esta es la crítica marxista a la historia de occidente, al capitalismo dialéctico, insaciable y previsor que ha escrito la historia de la esclavitud y de la alienación humana. Porque nuestro deseo de poder es considerado como una mercancía: si queremos poder tenemos que pagar un precio. El servicio hay que pagarlo. Lo que hoy le falta a nuestra democracia es conciencia de solidaridad y voluntad de renuncia y coherencia. Lo que sobra es deseos de poder, instrumentos de poder, poder político, poder económico, poder mediático, poder sindical o empresarial, poder religioso. Sobran estructuras de poder, sistemas de intervención y estrategias de determinación.

  Nos hemos convertido en un “homo administrativus” y hemos perdido la noción de servicio y gestión. Hay que reinventar el gobierno en la Europa que viene. Una sociedad nueva exige una nueva concepción de la forma de gobernar. Hay que deconstruir el poder y reformar la administración del mismo. Eso significa reducir los niveles y las desigualdades en el poder y acercarnos todos a un mismo poder medio, algo equivalente a la clase media en medición de la estructura social. No podemos seguir alimentando la gran diferencia entre unos que mandan mucho y muchos que no mandan nada. Porque existe, en la democracia, mucha concentración de poder en pocas manos como existe, en el capitalismo, concentración de recursos en manos de unos pocos.

  Tenemos que aproximar personas, organizaciones y sociedades. Las diferencias de poder son más dañinas en la sociedad que las diferencias económicas y producen tanta exclusión y marginación social las unas como las otras. Necesitamos, en primer lugar, una construcción no política de la administración. Una democracia administrativa donde el ciudadano sea considerado sujeto y objeto a la vez de esa administración como servicio a la sociedad.

  La administración, el funcionario, está muy politizado y se siente como un brazo o instrumento ejecutor del poder gobernante cuando su única fuente de autoridad y poder es la ley y su aplicación o exigencia. Hay, en nuestra democracia, excesivo poder personal, autosuficiente. Porque el poder en sí, como la libertad o las riquezas, no son algo malo. Es el mal uso que se hace de ello. Son las condiciones antropológicas y sociales con que se tiene y se ejerce el poder. Ambición, codicia, altanería. Hay poder por todas partes. Y no sólo existe el poder individual o de las organizaciones. La masa también quiere poder. Es otra forma de presión y de demostración de poder.