Populismo rociero

18/01/2019 - 12:31 Jesús de Andrés

Susana Díaz nunca destacó por sus atributos intelectuales, ni por su refinamiento cultural. Al contrario, construyó una identidad populista. 

Como si de un sacramento se tratara, el poder siempre ha imprimido carácter. Por ello, la pérdida del mismo puede dejar desguarnecido a más de un personaje, hacer que bajo el aire de respetabilidad que su posesión alimentaba aflore de repente la desnudez de su incompetencia, la falta absoluta de virtudes para estar donde estuvo. No es cuestión de hacer leña del árbol caído, pero la pataleta de la hasta ayer mismo presidenta de Andalucía –y su rictus de frustración– va más allá de la pena por lo perdido: es la ira de quien se sabe descubierto, el rey desnudo a quien de repente todos señalan con el dedo.

Es normal que alguien pretenda hacer carrera política, ojalá hubiera más personas dispuestas a dejar su tiempo y su vida por la gestión de lo común. Otra cosa es el camino emprendido por cada cual para ello. Hay a quien le salen los dientes pegando carteles electorales en las juventudes del partido o en las nuevas generaciones de aspirantes al poder, y hay quien mantiene el anhelo mientras desarrolla otra actividad profesional. Lo que no es tan normal es que ante perfiles arribistas carentes de formación alguna sus propios compañeros de viaje no sólo no le den el alto a tiempo sino que, al contrario, le alaben y acaricien el ego, alimentando la soberbia y la megalomanía. De ahí al posterior uso del miedo como principal arma política sólo hay un paso.

Susana Díaz nunca destacó por sus atributos intelectuales, ni por su refinamiento cultural. Al contrario, construyó una identidad populista sobre los referentes más tópicos del sevillismo: trianera, rociera, bética y cofrade. Sobre ellos construyó un apoyo electoral sobre el que asentar su papel como presidenta honorable. Visto con retrospectiva, sorprende hoy más que nunca que hubiera quien pensara que estaba llamada a gobernar España, a poner orden bajo una –por fin– eficiente gestión. Debo reconocer que nunca fui capaz de imaginarla en un debate en el Consejo Europeo, redactando un informe estratégico o en una mesa redonda sobre el futuro del empleo y la robotización de la industria, por poner un ejemplo. Sin embargo, para algunos pareciera que fuera Winston Churchill, que desde el sur venía para sacarnos de la mediocridad. 

Ni ella ni sus afligidos seguidores son conscientes de que ese mismo populismo que ella ha fomentado por acción y por omisión, esa radicalidad que a izquierda y derecha se ha conformado en los últimos años, ese movimiento que desprecia a los políticos y ella pensó que podía controlar es la razón última de su fracaso. Unos y otros deberían palparse la ropa antes de seguir alimentando al monstruo o, peor aún, de pretender ser cómo él. Otro gallo cantaría con liderazgos basados en la formación y no en los favores y el temor.