
Poseídos
La reciente conversación de Donald Trump con Putin, en la que se han guisado y se han comido una “solución” para la ruinosa invasión rusa de Ucrania, han desatado la euforia en el Kremlin, donde ha debido correr el vodka.
Botella en mano, no han festejado la paz, han festejado la derrota de Europa, de Ucrania y de ese conglomerado de ideas, mercados y valores llamado Occidente. Al igual que Chamberlain y Daladier dieron por buena la cesión a Hitler de una parte de Checoslovaquia para calmar su ansia expansionista, los EEUU de Trump conceden sin contraprestación alguna las reivindicaciones de Putin, suscribiendo su discurso imperialista, el mismo que, en justa medida, ya aplican en su ámbito de influencia, llámese, de momento, Groenlandia, Panamá, México, Canadá o Gaza, ciudad de vacaciones.
Lo más grave de todo, más allá de la orfandad en la que queda Europa, acostumbrada a la alianza estable tanto militar como económica con los Estados Unidos, es la ruptura de algunas certezas que se tenían por indudables: la unidad en torno a la defensa de la democracia y de los derechos humanos, la protección del libre mercado y el respeto a las fronteras y a la legalidad internacional. Se convierten los Estados Unidos, a pasos agigantados, en un nuevo miembro del eje del mal, esa alianza demoniaca que quiere destruirnos, dando por buena la salvaje invasión de un país soberano con el apoyo de Corea del Norte o Irán. Habrá que ver qué respuesta da Europa, si la da, y hasta que punto la alianza iliberal a la que se ha sumado Trump como líder de la extrema derecha global consigue afianzarse en el futuro, si es fruto de una maléfica posesión pasajera o va más allá. De momento, a Ucrania le queda resistir sin el importante apoyo que hasta ahora le había prestado Biden, perseverar en la derrota rusa, mucho más cerca de lo que el astuto Putin, siempre controlador del relato mediático, nos quiere hacer creer.
Coinciden en su euforia, entre nosotros, los discursos de podemitas y voxistas, de los seguidores de Abascal que dan por bueno el afán antieuropeo de Trump, deseosos como están de que caiga la Unión Europea para volver a la cueva de su arcaico nacionalismo, y de los seguidores de los Pablo Iglesias, Yolanda Díaz y Monedero de turno, encantados de pensar que Putin es la última generación del bolchevismo colectivista de su anhelada Unión Soviética. Estamos rodeados y, ante el peligro, no hay mayor amenaza que nuestra parálisis, que nuestro miedo o nuestra desidia. Aunque no se ve mucho entusiasmo, Europa debe reaccionar. Eso, o que el diablo nos pille confesados.