PP: la candidatura de Costa

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

Antonio Papell - Periodista
Después de la reunión de la ejecutiva popular del pasado lunes, en la que partidarios y críticos midieron sus fuerzas, Rajoy ha afianzado su posición en el PP, de forma que, salvo sorpresas imponderables, ya puede asegurarse que ganará el congreso/plebiscito de este mismo mes.
Rajoy ha recogido el apoyo aparentemente incondicional de la mayoría de sus ‘barones’ territoriales –excepto Aguirre y San Gil-, que a la larga y en realidad son sus verdaderos rivales, y ha recibido en cambio la crítica de una fracción relativamente pequeña del aparato, aglutinada en torno a Juan Costa, y de un sector inorgánico de la militancia, movilizado por los medios de comunicación habituales. Esta oposición de menor cuantía ha puesto de manifiesto el escepticismo que suscita el liderazgo de Rajoy pero no ha conseguido cristalizar una opción ideológica alternativa, que probablemente no exista: el PP, que tiene la voluntad y la misión de representar a todo un hemisferio político, no puede cerrar un ideario estricto y estanco: ha de ser abierto y flexible si quiere aspirar realmente al poder. La continuidad de Rajoy es probablemente la mejor fórmula para capear el temporal suscitado por la reciente segunda derrota del PP y abrir un debate tranquilo sobre los rumbos futuros, puesto que los emprendidos por la fuerza de centro-derecha en la legislatura anterior han sido claramente infructuosos. Sin embargo, esa continuidad, que ya es un hecho, no tendrá la misma consistencia si Rajoy se erige como vencedor en solitario –y con el riesgo de recoger una significativa abstención que debilite su envergadura y su posición- que si gana en competencia con otros candidatos y después de un debate que en algún momento acabaría también abordando el dilema que ha abierto y ha dejado planteado María San Gil: dureza nacionalista frente a flexibilidad centrista.

En este sentido, es lógico que los llamados ‘marianistas’ –el entorno cercano y leal a Rajoy- deseen fervientemente que Juan Costa se anime y presente su candidatura, que sería el gran báculo sobre el que el actual presidente del PP sustentaría su casi segura victoria (el precedente de Zapatero en el Congreso socialista del 2000 no es fácilmente repetible en el PP actual). Es cierto que Rajoy, en otro abultado error de cálculo, ha acaparado avarientamente los avales de los compromisarios, pero no tendría problema Costa en conseguir los 600 necesarios si realmente muestra decidida voluntad de presentarse (lo contrario sería tan escandaloso como inconcebible).

Simétricamente, y de acuerdo con estos mismos planteamientos, quienes no quieren tal concurrencia y tratan de evitarla son los poderosos ‘barones’ del partido, desde Camps a Aguirre, pasando por Arenas, Cospedal o Núñez Feijoo, que comprensiblemente apuestan por la continuidad de un Rajoy personalmente débil, que quedará sometido a su tutela hasta que, dentro de tres años o incluso antes, sea de nuevo examinado. Puede ocurrir que Rajoy se afiance en este plazo: ello dependerá de cómo gestione la tarea de oposición y de qué adhesiones consiga dotarse. Pero también es posible que se desgaste irremisiblemente, lo que daría paso a las ambiciones de quienes, legítimamente, aspiran a sustituirlo, tras demostrar sus aptitudes en la política autonómica.

La buena noticia, que trasciende del ámbito doméstico del PP, es que en ninguno de los dos escenarios –el congreso monocorde o el enfrentamiento Rajoy-Costa- tienen la menor oportunidad los sectores ultramontanos que apuestan por un PP cerrado en su nacionalismo extremo, fiel a las esencias patrias y enemigo del Estado de las Autonomías. Rajoy ya ha anunciado su decisión de apoyar la potenciación de un centro reformista bien articulado, capaz de dialogar con todos, de hacer crítica acerba como oposición y de cooperar asimismo en los pactos de Estado. Y Juan Costa, cercano a Rodrigo Rato, no puede alentar proyectos muy distintos y, desde luego, no representa en absoluto a la derecha mediática cavernaria que ahora critica a muerte a Rajoy.

Es patente, pues, que el problema que tiene ahora el PP no es tanto ideológico –hay un extendido consenso en la cúpula sobre esta necesidad de moderación, de cambio de rumbo, de autonomía con respecto a viejos e impresentables anclajes mediáticos- cuanto de confianza. Rajoy, designado para gestionar la continuidad, tendrá que ganarse a pulso esa confianza antes los suyos en los próximos meses/años, o resignarse a ser sustituido por quien ofrezca al partido más garantías de victoria en 2012. Esta estrategia asegura cierta estabilidad a corto plazo pero deja, como es natural, todas las posibilidades de futuro abiertas.