Presentida primavera

18/03/2016 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

¿Puede sentirse, mejor dicho, presentirse, la primavera de la misma manera en la juventud que en vísperas de cumplir noventa y dos años? Es una pregunta que me hago a mi mismo porque de hacérsela a un coetáneo seguro que recibiría un “no” rotundo. Y es que el viejo y sabio refrán de que “la primavera la sangre altera” dice la verdad, pero con matices. Hace unos días comenté con alguien que si hubiese tenido todavía mi acompañante de toda la vida, habría preparado un viaje de unos días en grupo, como hacíamos unos pocos años atrás , a un país extranjero, y no digo capital española porque las conocíamos todas. Cuando llegaba el verano, me dolía que mi padre, ya nonagenario, se negase a ir unos días al apartamento de la playa con nosotros, y ahora soy yo quien dice lo mismo, un poco en contradicción con lo que digo de mis sentimientos al llegar la primavera. Y es que mi espíritu pienso que es más joven que mi fisiología, pues “si la primavera la sangre altera”, a mi edad la altera ya poco, pero lo suficiente para sentir como si le salieran alas al espíritu, y ojalá también al cuerpo, que es el que más las necesita, tanto, que si me pongo a pensar en los problemas de movilidad que me plantearía el viaje a lo mejor preferiría quedarme en casa, que sería lo más sensato puesto que ya conozco países y capitales de seis continentes aceptando que hay una América del Norte y una América del Sur.
Los columnistas provincianos incurrimos casi todos los años en el aldeanismo de escribir sobre la primavera al llegar estas fechas. Pero la primavera, tarde o temprano, llegará, por lo que el ánimo debe abrirse ya a la esperanza, que es el pan del pobre y, por sí misma, ya es felicidad. No hace falta pararnos para observar la turgencia de las yemas de los árboles, que ya presienten el torrente de la savia renacida después del letargo del invierno, aunque éste haya sido un invierno casi primaveral. Pero es seguro que el antiguo campesino, hoy urbanita por mor de la emigración, sentirá en estos días previos al primer equinoccio del año, el latido ancestral de su tierra, en la que vivió los mejores años de su vida. Menos probable será que los poetas, encerrados en sus anacolutos y en sus jeroglíficos versos blancos, libres y hasta libérrimos, se decidan a cantar la primavera rompiendo una tradición de siglos, conscientes quizás de que ahora su poesía ya no emociona al pueblo.