Primarias

21/07/2018 - 16:40 Jesús de Andrés

Se incorpora ahora, nunca es tarde, el Partido Popular a la elección democrática de su nueve líder y sus primarias lo son en doble sentido.

Dice nuestra Constitución en su artículo 6º que el funcionamiento de los partidos políticos debe ser democrático, por lo que sorprende que un procedimiento como las primarias –al contrario que el nombramiento a dedo– haya tardado tanto tiempo en convertirse en la norma para la elección de dirigentes y candidatos a representantes. Sin duda implica riesgos ya que genera posicionamientos y discusión sobre diferentes puntos de vista, pero qué es al fin y al cabo la democracia.

Se incorpora ahora, nunca es tarde, el Partido Popular a la elección democrática de su nuevo líder y sus primarias lo son en doble sentido. Ya no es Fraga eligiendo a Aznar sin tutelas ni “tutías”, o éste y su cuaderno azul designando a Rajoy. Son ahora los militantes del PP los que dirán quién llevará las riendas del partido en los próximos años. Y también son primarias por ser la primera vez, que como todas las primeras veces está siendo torpe, diferente a lo que se pensó. Poco importa que su diseño, concebido para un escenario radicalmente diferente, con un solo candidato, haya dado lugar a problemas inimaginados. El primero, las contradicciones que ahora afloran; como la defensa de la prevalencia de la lista más votada, mecanismo incompatible con el parlamentarismo que algunos comienzan a entender. El segundo, el déficit de legitimidad que implica el cambio de cuerpo electoral: los militantes con pago al día en la primera vuelta y los compromisarios y cargos públicos en la segunda.

Pero sin duda lo más interesante es el debate suscitado. Y aquí es donde el PP puede cometer el mayor error. Uno de sus grandes aciertos históricos fue conseguir aglutinar a todo el centro-derecha en torno a unas siglas, lo cual le permitió gobernar durante 15 años. El Partido Popular se convirtió en un partido atrapalotodo en el que distintas corrientes demócrata-cristianas, liberales y conservadoras fueron capaces de articular un espacio común, plasmado en diferentes programas y acciones de gobierno. Esa ambigüedad fue uno de sus mayores activos, doblemente valiosa cuando el electorado podía ubicarse en una u otra opción ideológica, incompatibles entre sí en algunos casos, por cierto. Por ello, cuando se observa que algún candidato, movido posiblemente por una querencia picaresca, intenta llevarse el gato ideológico al agua haciendo salivar a los compromisarios con temas recurrentes como el terrorismo o la unidad de España cabe señalar que ese no es el camino, al menos el de sus posibles votantes. La falta de reflejos ante la corrupción y la incapacidad de regeneración han llevado al PP a esta situación, y no se ha escuchado una palabra al respecto en toda la campaña. Mal favor se hace a sí mismo el PP si no se mueve o se balancea a la derecha, dejando un enorme vacío en el centro que, como si de un gas se tratará, tenderá a ser inmediatamente ocupado.