Que Rajoy no bote: que hable claro.

19/11/2011 - 22:32 Fernando Jáuregui

Este comentario no quiere adelantarse al veredicto de las urnas, sino dejarse de absurdas correcciones políticas y transcribir lo que va a ocurrir y todos saben que va a ser así. Y lo que va a ocurrir, supongo, es más o menos lo siguiente: a Mariano Rajoy le van a llamar mucho, y muchos personajes importantes, a partir de la noche de este domingo, 20 de noviembre. Un día destinado, de nuevo, a hacer historia, porque no en vano estas elecciones son las más decisivas desde hace treinta años.

   Le va a llamar, el primero -estoy casi seguro-, José Luis Rodríguez Zapatero. Para felicitarle y para ponerse a su disposición. Cosa que, por cierto, ha hecho ya muchos días desde hace semanas, porque, por supuesto, ZP, casi disuelto en la niebla, conocía sobradamente el resultado de lo que ocurrirá en esta jornada electoral. Y sabía que solamente una especie de Gobierno de coalición 'en la sombra' podría evitar estas jornadas de transición la sensación de vacío y desgobierno que algunos han querido, erradamente en mi opinión, ver en los últimos meses. Luego le van a llamar Obama, Merkel, 'Sarko', Durao Barroso, todos los latinoamericanos... Todo el mundo. Quieren saber qué va a decir el hombre en el que los españoles -y, si me apura usted, los europeos- han puesto su confianza para sacar al país del atolladero.

   Es de suponer, y de esperar, que Rajoy no perderá demasiado tiempo botando en el balcón de Génova ante las masas que van a aclamarlo; mucho mejor sería que, en lugar de esa demostración, que ahora sería extemporánea, dirigiese a los españoles unas primeras palabras que animen tanto ánimo decaído. Porque nadie en sus cabales puede pensar que, por el simple cambio de inquilino en La Moncloa -por cierto, es posible que se acelere el traspaso, dada la triste situación económica del país-, se va a salir de la crisis: lo primero que tendrá que hacer Rajoy es recuperar la confianza de los mercados exteriores y de los consumidores e inversores interiores. Y eso solamente lo va a conseguir abandonando banderías y partidismos, dejando de lado agravios y hemerotecas y tendiendo la mano, pidiendo y ofreciendo cooperación, al vencido y a todos los demás que ocuparán los escaños en la Legislatura que se inaugura en diciembre.

   'A todos', he escrito, sí. Incluyendo a esos diputados de Amaiur a los que tan poco nos gustará ver deambular por los pasillos del Congreso, pero qué remedio. Porque esa va a ser, tras la de tranquilizar a los timoratos, incorpóreos, implacables y ambiciosos mercados, su segunda gran tarea: consolidar el fin del terrorismo etarra, una herencia positiva que, tendrá que reconocerlo, ha recibido del 'zapaterato' y, en concreto, de su hasta ahora oponente Alfredo Pérez Rubalcaba. Desconozco lo que el vencedor piensa hacer, pero sin duda parecería correcto y signo de grandeza rendir tributo, en lo que cabe, a un Zapatero que se ha equivocado mucho en esta Legislatura que ha muerto, pero que ha rectificado tragándose sapos y dejando con elegancia el paso libre: se tenía que marchar y lo sabía. Y se va sin hacer mucho ruido.

   Y, por cierto, tampoco estaría de más reconocer los méritos de Alfredo Pérez Rubalcaba, aunque solamente fuese en su papel de ministro del Interior. Tengo para mí, y bien que lo siento, que la vida política de Rubalcaba está a punto de extinguirse, aunque es todo un talento político; ha sido corresponsable de los errores de su jefe y de la camarilla de su jefe, ha tenido mucho que ver en el deterioro progresivo del PSOE en el poder -patético el mitin cuasi final, aquel de los 'mimitos', con una Carme Chacón que supongo que intentará ser quien recoja los pedazos del partido-... y eso hay que pagarlo. Veremos, y lo veremos ya en las próximas horas, en qué para el inicio de la reconstrucción del socialismo español. Pero Rubalcaba ha peleado hasta el final, tratando de salvar los muebles, y eso hay que reconocérselo. Porque España, como toda democracia, necesita tener una oposición fuerte, y ahí debo decir que comparto las aprensiones ante las mayorías absolutas, y más cuando son absolutísimas. El Gobierno saliente, agotado, se tenía que ir, pero, como dijo la vicepresidenta Elena Salgado, que ha sido quien, imperturbable, más chaparrones, internos y externos, ha tenido que aguantar, "se ha ganado el respeto europeo". ¿Se habrá ganado también el respeto del ganador, a quien confío que no habrá que decirle aquello de 'acuérdate de que eres mortal'?

   En todo caso, mucho va a cambiar a partir de las veinte horas de la tarde de este veinte de noviembre, cuando se hayan consumado los resultados de estas elecciones que sin duda habrán sido las más decisivas desde que Felipe González arrasó con la clase política que inició la primera transición. Creo que ahora estamos ante la segunda, y que Mariano Rajoy va a tener que hacer tantos cambios, reformas e innovaciones como Adolfo Suárez y González juntos. Tal es el desafío que pesa sobre nosotros, que tenemos que acompañarle, ayudándole incluso con nuestra crítica, por este camino, durísimo, que nos enseñará que nada volverá a ser lo que era, pero que, al final, puede que no sea tan malo. Y en esa tarea, ya digo, tendrán que acompañarle todos, incluso los que en esta jornada se sientan vencidos y huérfanos del cariño de los electores: Rajoy no se puede permitir el lujo de prescindir de nadie, y menos de dedicarse a fomentar el 'vae victis' y la rebatiña de cargos apetecibles.