Queda una semana de la 'vieja era'

13/11/2011 - 13:52 Fernando Jáuregui

 
El lunes, 21 de noviembre de 2011, habrá empezado formalmente una nueva era para España. Yo lo llamo la segunda transición. Mariano Rajoy, que nadie -comenzando por las abrumadoras encuestas publicadas este domingo- duda de que será el próximo presidente del Gobierno, tiene que afrontar un mundo nuevo y dar carpetazo al viejo. En Europa, aunque ninguno de los contendientes en la sosa campaña electoral que concluye el viernes parece haberse enterado, se habla de 'Merkozy', de 'Berlusdreu' (o 'Papanconi'), para evidenciar hasta qué punto ha cambiado el estado de cosas en esa Unión Europea a la que pertenecemos: cae el Imperio Romano, todo se pone en tela de juicio... aunque por estos pagos insistamos en debatir apenas si se deben o no liquidar las diputaciones provinciales. Claro que aquí y ahora también se ha hablado -lo ha hecho Cayo Lara, el líder de Izquierda Unida y tercero en discordia en estas elecciones_ de 'Rubaljoy', porque, para Lara, los dos harán lo mismo: recortar y recortar. Sospecho que los tambores nacionales redoblarán de manera muy diferente en la mañana del lunes 21 de noviembre, dentro de siete días, ciento sesenta y ocho horas. Confío en que las controversias sobre naderías, sobre escándalos más o menos inventados, las simplificaciones -recortar o no recortar, he ahí la cuestión_, inevitables en una campaña electoral, van a ser sustituidas por realidades mucho más tangibles: cuánto va a mandar Europa -o sea, 'Merkozy'- en el ajuste de cinturón que nos viene, que ya nos ha venido; cómo va a ser, de verdad, el estado de bienestar; cuánto de seguridad jurídica nos queda y cómo restablecerla; cómo consolidar el statu quo territorial, cómo culminar la tranquilidad en el País Vasco -con los de Bildu-Amaiur haciendo ruido en el hemiciclo nacional, Dios mío-, cómo diablos reformar las instituciones que han perdido su prestigio...Casi nada, vamos. O sea, que hay mucho que reconstruir, comenzando, pienso, por la Constitución de 1978. No cometeré el error de cargar sobre el 'zapaterato' toda la responsabilidad de cómo ha quedado el paisaje tras la batalla de la crisis global, ni tras las manifestaciones de los indignados con causa. No toda la responsabilidad, digo, aunque sí es cierto que la miopía a la hora del diagnóstico se extendió durante mucho más tiempo del debido, e igualmente verdad es, me parece, que se hicieron cosas que nadie reclamaba y, en cambio, no se hicieron otras que mucha gente pedía. Quede, en fin, para otros momentos la colocación de José Luis Rodríguez Zapatero en las páginas de la Historia, que siempre he dicho que, benévolas, le acogerán algo -algo- mejor que los apresurados twitters del presente. La necesidad del cambio era, es, en todo caso, un clamor, y Alfredo Pérez Rubalcaba no parece haber logrado convencer a los electores de que él y su equipo, tan ligado al fin y al cabo al 'zapaterato', encarnan ese cambio imprescindible. Ignoro qué será de Rubalcaba si se confirman los negros augurios de los sondeos, pero desde ahora digo que su sacrificio será una lástima, porque es un buen político y un hombre honrado. Soy, lo confieso, y quienes me hayan leído alguna vez lo saben, una persona optimista, al borde casi de lo utópico, y, lejos de disgustarme, eso de 'Rubaljoy' me gusta, en cuanto que encarna la idea de un pacto nacional, quién sabe si el principio de esos nuevos pactos de La Moncloa que sugería Josep Antoni Duran i Lleida y que Mariano Rajoy Brei, el gran triunfador del próximo domingo, no tendrá más remedio que poner en marcha. Por ahí creo, confío, caminará esa segunda transición que se abre, que se ha abierto.