Reformas Zapatero
26/01/2011 - 00:00
Cada vez veo más claro que el clarinazo de Zapatero para derrotar a las encuestas antes de marzo de 2012 ("Aún hay margen", dijo el otro día) colisiona con el otro clarinazo de la temporada otoño-invierno del Gobierno. Más sonoro que el anterior. Me refiero al reformismo de la economía nacional, con singular premura en lo referido a sus dos mercados básicos, el del trabajo y el del capital, amén del sistema de pensiones.
Aunque lo de las pensiones no era tan urgente también ha entrado en la ola reforma. Tal vez por aquello de no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy. Un peso añadido a la carga que ha de arrastrar Zapatero a lo largo de los 400 días útiles que le quedan para intentar la remontada. Basta escuchar a los líderes sindicales, Toxo y Méndez, para llegar a la conclusión de que, sin negar la ineludible necesidad de recurrir a la reforma del sistema como garantía de sostenibilidad futura, quizás no se debió mezclar su revisión con las reformas laboral y financiera.
Pero se ha mezclado y ahora el asedio a la causa electoral de los socialistas es triple: los mercados, la derecha política y la izquierda política. Desde fuera, no nos quitan ojo los mercados, la Unión Europea y las agencias internacionales. Desde dentro, los sindicatos y la izquierda parlamentaria, en cuyos planteamientos se reconocen los votantes del PSOE, denuncian el giro economicista de la política del Gobierno, valoran la reforma de las Cajas de Ahorro como expolio de la banca pública con compromiso territorial, acusan a Zapatero de prepararle el terreno a los empresarios para legalizar un despido de los trabajadores cada vez más barato y cada vez más fácil, etc.
¿Y cómo reacciona la derecha ante una ola reformista cuyas líneas maestras encajan perfectamente en la ortodoxia económica liberal que, al menos en teoría, abraza el principal partido de la oposición? Pues también a la contra. Practicando la cultura del pesimismo, reclamando del Gobierno que aplique las ideas del PP y pidiendo elecciones anticipadas, como si este partido creyese que los planos de la recuperación económica y la creación de empleo estuvieran aguardando en las urnas a la espera de que los descifre don Mariano Rajoy.
El pesimismo genera desconfianza y el discurso de la bancarrota inminente ("España es un país intervenido", le dijo al mundo mundial el ex presidente del Gobierno, José María Aznar) genera climas artificiales de opinión que, en definitiva, contribuye a retraer el consumo y la inversión, los motores del crecimiento. No es precisamente la mejor manera de echar una mano, aunque al final el mal de muchos sea el consuelo del PP. Si está claro que las reformas de Zapatero le alejan de sus votantes, también está claro que el PP pide elecciones ya mismo por miedo a perder el tren de la crisis económica. Lamentable.